A la hora de aplicar una política de recortes presupuestarios es mejor olvidarse de la vaselina. El presupuesto destinado a ferias se recortará a la mitad no porque pueda prescindirse de la otra mitad, sino porque es necesario y punto. Conviene plantearlo tal cual es, como un esfuerzo puro y simple en plena economía de guerra, y no como si la situación de las arcas autonómicas fuera a solucionarse con cortar graciosamente los flecos del despilfarro. El matiz es importante porque es psicológico. No hay otra manera de observar con los ojos abiertos el desastre que bordeamos. ¿O es que las guardias médicas se van a reducir por que hasta ahora estaban sobredimensionadas, como se dice que está nuestra participación en las grandes ferias turísticas? Se dirá que el Govern debe concretar cuanto antes qué capítulos de la promoción ferial recorta y hasta dónde, pero en el fondo da lo mismo. Una feria es apariencia, un asunto de relaciones públicas, pura cuestión de imagen. Se trata de hacer ruido, de ser muchos y de llamar la atención. Nunca he estado en el circo de Fitur, pero solo con pensar en él me entran ganas de disfrazarme. Lo contrario sería llegar y empezar a repartir cartillas de racionamiento. Lo que significa que tanto si la tijera se mete en la carísima confección de los pabellones como si se recorta el no menos gravoso séquito de autoridades y acompañantes, presentaciones, amenities, etc… el resultado se resentirá. El sector confía en que esta reducción se acompañe cuando menos de un incremento de presencia en ferias especializadas, pero no hay por qué suponerlo. La vaselina genera falsas expectativas. Puestos en lo peor, sería incluso posible que hubiera que renunciar a alguna de las big three. De ser así, apuesto por Madrid.
