Un conocido y lamentablemente desparecido doctor balear confesaba en privado que el 95 por ciento de los de los ‘pacientes’ que recibía cada día no tenían ninguna enfermedad. Un médico de atención primaria acaba de decir públicamente que solamente uno de cada cuatro usuarios que diariamente acuden a consulta es susceptible de algún tratamiento. Este médico rebaja el porcentaje del doctor desaparecido al 80 por ciento de personas que acuden al médico sin necesidad real. Bueno, quizá sí tengan una necesidad subjetiva de ir al médico: soledad, inseguridad, hipocondría, vejez, manía, hábito… ¿Qué me pasa, doctor ? Probablemente haya un alto componente de analfabetismo sanitario a pesar de la ingente divulgación que se está realizando a través de los medios de comunicación. No conocemos cómo funciona nuestro cuerpo, no tenemos ni idea de si ciertos síntomas se corresponden con alguna enfermedad, somos incapaces de ir más allá del dolor de cabeza, el termómetro o el dolor de estómago, pero tenemos una gran capacidad para diagnosticar enfermedades ajenas por comparación, para la automedicación, para recomendar medicinas a los amigos, para pedir información y consejo en la farmacia sobre nuevos productos. Se abusa del médico y se abusa del medicamento. Que haya bajado la facturación de las farmacias, si es consecuencia de menor compra sin receta por la crisis, es una buena señal. El médico de atención primaria no es asistente social, ni psicólogo de cabecera, ni preparador personal, ni confesor, aunque a veces tenga que hacer todas esas funciones en diez minutos de consulta. Y el farmacéutico no es el dispensador de salud a cambio de unos euros, el comercial de los laboratorios, el brujo de la tribu. Pero así estamos: la atención primaria al borde del colapso y el gasto farmacéutico por las nubes. Quizá convendría invertir más en educación sanitaria. Sería más rentable.
