De aquí a un mes, Palma volverá a ofrecernos la imagen de cómo no organizar el transporte en una ciudad: miles de padres al volante de su coche, con un niño por vehículo, atascarán totalmente algunos barrios, especialmente el acceso a Son Rapinya; los policías municipales permitirán que se aparque en segunda o tercera fila, que se cometan todas las infracciones posibles al código de la circulación, y, mientras, los autobuses de la EMT estarán atascados en la caravana, sin poder avanzar. En un ejemplo de involución, Palma prácticamente ha suprimido el transporte escolar y, peor aún, usamos a los policías municipales para favorecer el uso del coche privado en lugar de incentivar el transporte público. Pese a que este espectáculo se repite delante de cada escuela de Mallorca, pese que todos los consistorios, de todos los colores incluídos los más sensibles al medio ambiente, por puro electoralismo permiten este método tan primario de movilidad de los niños, nada impide que algunos se embarquen en campañas contra el coche y el incivismo de sus conductores. Si quieren otra forma de cómo no hacer las cosas, vean cómo será el transporte para el primer partido del Mallorca en Son Moix: miles de coches aparcarán donde quieran, en las aceras, en los arcenes, habrá atascos de varias horas, porque simplemente nuestras autoridades son incapaces de gestionar un aparcamiento ordenado con vehículos de enlace, o una red de buses puntuales que conecten con aparcamientos disuasorios. Otro espectáculo que demuestra la incapacidad pública para actuar, para organizar nada. La ley de la selva. Si la ausencia de mejoras en el transporte urbano, como explicaba la semana pasada, se debe fundamentalmente a la impotencia e incapacidad para dirigir la empresa de buses de Palma, el uso del coche no se corrige porque es mucho más sencillo alimentar polémicas estériles que no adoptar decisiones racionales y sensatas que, una vez más, bastaría que copiáramos de las principales ciudades europeas; es más simple hablar de ciclistas contra conductores o al revés, que no gestionar, adoptar decisiones, asumir impopularidades, trabajar planificando. La cuestión del tráfico tiene algunos axiomas claros: el coche no se usa por placer -aunque siempre algún caso habrá- sino porque es una necesidad; si hay alternativas cómodas y baratas, el ciudadano optará por ellas; algunas decisiones políticas en este sentido tienen que ser impopulares, como ha ocurrido en otros casos, en otras ciudades. Pero, recordémoslo, en Palma desde que se implantó la ORA, nunca nadie jamás hizo nada por el tráfico, salvo hablar ¡y cuánto! ¿Cómo funciona Europa? Se identifican perfiles y se crean alternativas. Un perfil habitual en Palma es el de quien trabaja en la ciudad pero vive fuera. Como el transporte en bus no llega a todos lados, como no es veloz, muchas personas tienen que llegar a Palma para llevar a los hijos al colegio, para ir al trabajo, etcétera. Esto exige que se ofrezca al conductor un lugar seguro en el que dejar el coche y poder desplazarse en transporte público. Es lo que se llaman aparcamientos disuasorios. Han pasado décadas desde que en Europa se implantaron estos aparcamientos en los que se deja el coche y un bus o el tren o el metro completan el trayecto. Pero en Palma sólo hemos hecho un aparcamiento que, encima, tiene problemas de enlace porque apenas hay un bus cercano y el metro sólo lleva a la Plaza de España, so pena de tener que pagar otro billete. ¿Dónde aparcamos y con quién enlazamos si venimos de Llucmajor, de Andratx, de Sóller o de Puigpunyent, por ejemplo? Una vez que se haya creado una red de aparcamientos disuasorios, eficaces, limpios y con precios razonables y conexiones aceptables, se debería limitar la circulación en el centro, lo cual sería muy impopular, por supuesto. Es decir que por un lado las autoridades no nos dan transporte público, no nos ofrecen aparcamientos disuasorios, no crean transporte escolar, pero, eso sí, nos dicen que el conductor es el enemigo de la convivencia. Más fácil hablar que hacer, por supuesto. Y después está una parte de la derecha que convierte la regulación del uso del coche en un debate sobre las libertades, sobre los derechos fundamentales del hombre. Es como si dijéramos que el semáforo en rojo es un atentado a la libertad porque nos obliga a detenernos, como si toda Europa fuera territorio estalinista. Un chiste. En medio de esa incapacidad para adoptar decisiones, para gestionar, para paulatinamente introducir medidas que faciliten la vida a los ciudadanos, qué mejor que unas cuántas polémicas sobre unos metros de carril bici para dividirnos, para enfrentarnos, para separar a los que aman la naturaleza de los que la odian porque quieren ir en coche. Qué mejor que describir al conductor de coche como un ser malvado que quiere ir cómodamente a dónde sea, sin preocuparse por los demás. Esto, la caricatura, es lo que sabemos hacer como nadie. Lo otro, gestionar, ni hablar.
