Si alguien cree que las mejoras urbanísticas resuelven los problemas del ciudadano, basta que se dé una vuelta por cualquier ciudad o cualquier pueblo de nuestra comunidad imaginándose que va dentro de una ambulancia intentando hacer el trabajo para el que está pensado ese vehículo -casi siempre con prisas-, y se dará cuenta de la cantidad de obstáculos que se va encontrando, que, por cierto, son cada vez más insalvables. Para centrar el tema me voy a remitir a una historia real que me sucedió hace ya un par de años, cuando la central del 061 me envió urgentemente a un domicilio a atender a una paciente con un edema de pulmón, en un barrio cotizadísimo de los alrededores de Palma. Eran las cinco de la tarde de un día de invierno, hora punta por la salida de los colegios, con lo cual, a pesar de ir con la sirena a todo volumen, había calles por las que era imposible pasar porque tenían unas aceras tan altas que los coches, que estaban metidos en el atasco no se podían subir para apartarse. Nos quedamos atrapados y hubo que esperar a que se deshiciera el nudo. Por fin, llegamos a la barriada que buscábamos. Intentamos encontrar la calle. A pesar de llevar un plano, y de que el conductor se conocía la ciudad como la palma de la mano, la calle era imposible de encontrar porque le habían cambiado el nombre y no figuraba en el plano. Claro que, cuando conseguimos averiguar cual era el nombre antiguo, no nos sirvió de nada porque no estaba escrito en ninguna esquina, y el nuevo sólo en una, y para verlo, había que recorrerse toda la calle desde el nº 1. Íbamos al nº 75 y nosotros no llevamos GPS. Pasamos dos veces por delante del portal sin saber donde estábamos, y, cuando a la tercera lo supimos, no había manera de encontrar el número porque estaba escondido detrás de una maceta. Claro, que por lo menos la mitad de los otros números o brillaban por su ausencia o estaban ocultos entre enseres varios, todos ellos muy bonitos, eso sí. ¡¡Y eso que era de día!! De noche, la mayoría, directamente no se ven, y los letreros de las calles tampoco, y, en caso de duda, a las cuatro de la mañana, no puedes dedicarte a despertar a todos los vecinos para saber si son ellos los que han llamado. Lo primero que teníamos que hacer era aparcar, pretensión imposible porque todo el recorrido de la calle tenía unas barras de hierro en los bordes de las dos aceras. Tuvimos que dejar la ambulancia en medio de la calzada y subir con los maletines, el desfibrilador y el oxígeno sin la ayuda del conductor, porque se tuvo que dedicar a dar vueltas a la manzana para no organizar otro atasco. Dos brazos menos. A todo esto, encontramos el domicilio porque llamamos a la Central para que bajara un familiar a esperarnos -eso a veces es posible y a veces no- y nos recibió a gritos un personaje público conocido que no entendía cómo habíamos podido tardar 55 minutos. Aguantamos el chorreo estoicamente porque nos lo esperábamos -nos habían llamado varias veces de la central preguntando que dónde estábamos, porque los familiares estaban reclamando el servicio-, y nos limitamos a lo importante: atender a la paciente, que estaba bastante atropellada, haciendo caso omiso de las amenazas de aquél familiar. Cuando la paciente estuvo estabilizada, cosa que no fue fácil porque que te griten desconcentra a cualquiera, y estábamos esperando a que llegara una ambulancia de transporte para trasladarla, -que no llegaba por las mismas razones por las que nosotros habíamos tardado tanto, y que, cuando llegó, organizó un atasco monumental-, le hice saber a aquél energúmeno todo lo que nos había pasado, y le dije que, si las ambulancias llegaban tarde era por culpa de personajes como él, que, teniendo en su mano la solución a todos esos problemas, no hacen nada para resolverlos, y se limitan a gastarse el dinero de los contribuyentes en unos lavados de cara carísimos, pero no piensan en que las situaciones como ésta son el pan nuestro de cada día, y que los más perjudicados no somos nosotros, son los ciudadanos a los que no conseguimos atender. Le dije, también, lo bien que nos vendría un GPS. Esto que estoy contando le puede pasar a cualquiera. El problema es que creen que nunca les va a tocar a ellos, y cuando les toca, deben pensar que las ambulancias vuelan y que quien va dentro tiene el título de adivino. Salí de allí bastante rebotada, pero con la lejana esperanza de que aquel personaje reflexionara un poco y tuviera en cuenta lo que le había dicho, y que el mal rato que nos había hecho pasar hubiera servido para algo, pero hace unos días comprobé que no había servido para nada, porque, aparte de que seguimos sin GPS, volví a pasar por la misma calle. El nombre seguía sin estar en ninguna esquina. Las barras de hierro, igual. Los números también, unos inexistentes y los otros ocultos o ennegrecidos. Y aquella maceta seguía en el mismo sitio....Como en casi todas las calles de la isla. Bueno, pues esto que estoy diciendo, se puede extrapolar a cualquier otro barrio y a cualquier otra población. Fijaos en las barandillas que están poniendo en el centro de Palma para las bicicletas, otro obstáculo más...Y no hablemos ya de los barrios más deprimidos o de las urbanizaciones ilegales en las que el Ayuntamiento ya ni entra. No sé si el hecho de colocar el mobiliario urbano de tal manera que obstaculizara un poco menos y poner los nombres de las calles en TODAS las esquinas con unas placas refractarias, en un sitio visible, con una letra de un tamaño que se vea de lejos, de noche, llueva o truene, y los números igual, desequilibraría el presupuesto de algún Ayuntamiento, pero seguro que lo desequilibraría menos que la mayoría de las obras que hacen, y lo ganaríamos todos, nunca mejor dicho, en salud. ¿La ciudad es para los ciudadanos o son los ciudadanos los que están secuestrados por la ciudad? No os quepa la menor duda de que cuando la campaña electoral esté en pleno apogeo, voy a volver a la carga con este asunto, a ver si consigo que alguien lo resuelva. (*) Médico de Urgencias.
