XISCO CRUZ. Irreconocible como está el Mallorca, la actual situación escapa a cualquier análisis táctico o técnico. Es evidente que el equipo ha dejado de competir desde hace tiempo, pero la forma de ser zarandeado en Valencia habla de una situación crítica. La imagen que proyecta el grupo es que ha dejado de creer en la palabra de su entrenador, por más que se esfuerce en reforzar ese matrimonio en público. Los futbolistas han perdido la fe en Caparrós y eso ha mezclado de una forma explosiva con lesiones, jaleo en el palco y la escasez de talento.
El Mallorca se encuentra en un laberinto porque ni siquiera se puede plantear el despido de su entrenador. Es inviable en lo económico y genera dudas en lo emocional. Pero lo cierto es que da la impresión de que el vestuario espera un cambio de patrón. El jugador profesional, egoísta como pocos, sabe que la única forma que tiene de esquivar las balas es mirando hacia el banquillo. Caparrós lo ha probado en rojo, amarillo y verde, pero todo va a peor. Eso es significativo. El año en el que el mallorquinismo soñaba con volver a Europa se está convirtiendo en una pesadilla.
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