Se trata de una de las innumerables dictaduras de un país islámico, de lengua árabe que, como todas, ignora los más elementales derechos humanos y violenta y abusa de su población. En este caso, a diferencia de otros, tiene petróleo, lo cual habitualmente hace que el Occidente tenga más tentaciones de intervenir. Vean, si no, cómo nos da igual lo que pasa en Somalia, Omán, Yemen, Pakistán, Egipto, Túnez o hasta Bahrein. Aquí, como siempre, todo funciona con una llamada de Estados Unidos, que esta vez ha decidido que nosotros pongamos nuestra parte. Como siempre, los ingleses están listos para cualquier intervención. Y, como siempre, en Europa no hay acuerdo. Algún país de primer nivel se desmarca. ¿Y España qué hace? Pues interviene. ¿Nos afecta este asunto? No mucho. Compramos petróleo, pero no somos los primeros afectados. ¿Se ha consultado el Parlamento? No, la decisión ya está tomada y, como mucho, a posteriori el Gobierno pedirá que se ratifique la decisión. ¿De qué hablamos? Pues podríamos estar hablando de Irak o de Libia. Todo lo señalado se aplica de idéntica forma. Sólo cambien la Alemania de hoy por la Francia de ayer. ¿Cuál es la diferencia? Pues que la izquierda actúa como la poseedora del derecho a determinar qué está bien y qué está mal. Cuando conviene por razones electorales, se oponen. Cuando gobiernan, si les parece, obedecen las órdenes de los grandes poderes y, por supuesto, la derecha asiente. Sólo hay una diferencia, bastante menor si somos realistas: la ONU ha aprobado la intervención de forma inequívoca. Pero absolutamente todo lo demás es igual.
