La contundente respuesta oficial del PSIB contra el delegado del Gobierno por la gestión de la Policía a la manifestación espontánea de los indignados solo puede entenderse en clave de la lucha de poder que se avecina en la cúpula del socialismo balear. Poner el índice acusatorio sobre los bancos por parte de Rubalcaba, y a sus dictados, del resto del aparato del PSOE, tiene su obvia razón de ser en buscar a un chivo expiatorio de la crisis para que sus efectos salpiquen lo menos posible al Gobierno en ejercicio. Tanto Armengol como Rubalcaba han encontrado en el 15-M el principal filón, el clavo ardiendo al que agarrarse, con tal de atraer simpatías que palien su pobre hoja de resultados en el poder. Olvidan sin embargo que los indignados tienen los ojos bien abiertos ante oportunistas de su especie, como le dejaron claro a Cayo Lara. Armengol difícilmente encontrará logros que presentar a su partido, tras haber bajado su cuota de votos del 30,16 por ciento en 2007 al 23,61 por ciento este año, o lo que es lo mismo, haber perdido más de 20.000 en cuatro años para no alcanzar ni los 80.000 en las últimas elecciones. Tampoco sus postulados en ocasiones más cercanos al nacionalismo más rancio mallorquín y catalán -es decir, contranatura con la base de votantes del socialismo en Baleares, nutrida en gran parte por emigrantes del sur de España-, supone un activo para su candidatura a la secretaría general del PSIB. ¿Qué hacer? Pues pintar a Socías, el único en hacer público su intención de competir contra ella, como el malo, como el Policía que da porrazos, pese a que permisividad ha habido de sobra con los ocupantes de la Plaza de España. Pocos como Armengol y Rubalcaba encarnan mejor que nadie lo que más repudian los indignados y lo que ha sido una de las almas del movimiento: la lucha por la democracia interna de los partidos y la oposición a los candidatos a dedo. Ambos incansables entre bambalinas y hábiles en el manejo de las masas, sedientos de acaparar las corrientes de opinión.
