opinión | silencio ante la sentencia sobre el catalán

Cuando el comunicador oculta lo que cree que no debemos saber

 ¿Qué es noticia? Aquello que nos afecta, que puede cambiar nuestras vidas, lo que ocurre cerca de nosotros y tiene entidad colectiva, lo que nos divide, lo que es relevante. Por lo tanto, donde está la noticia allí están los periodistas, intentando informar de todo, incluso de lo que no sea tan agradable pero que, si nos afecta, es digno de ser planteado.

¿Sí? Esta semana, el diario El Mundo publicó como tema estrella, que el Tribunal Superior de Justicia de Baleares había anulado la actual legislación autonómica en materia de educación, para exigir que los padres puedan escoger el primer idioma en el que se imparte la enseñanza a los niños. La noticia iba acompañada de una entrevista a la madre que presentó el recurso, a quien, por lo que se ve, le han dado la razón.

Una sentencia similar tuvo lugar en Cataluña el pasado 1 de septiembre, declarando también que era ilegal el modelo educativo escogido y que debía darse la opción a los padres para elegir lengua. El hecho provocó un río de tinta, en el que todos los partidos políticos se posicionaron, la prensa difundió la noticia ampliamente y, en definitiva, hubo un cierto debate social.

 Silencio sepulcral

 En el caso de Baleares, las cosas fueron radicalmente diferentes. El martes pasado, sólo El Mundo publica la noticia, dominando la portada. Durante ese día, ningún otro medio se hace eco. Tampoco la televisión o la radio. Ni siquiera los medios públicos, que deberían ser más asépticos. Tampoco las agencias de noticias volvieron a publicar nada. Al día siguiente yo esperaba alguna reacción. Es una práctica extendida en la prensa, que cuando un medio no es el que ha destapado un asunto de importancia, al día siguiente no lo repite tal cual, pero sí lo enfoca por las repercusiones, por el impacto. Pero nada, aquí al día siguiente no pasó nada. De hecho, si usted lee o escucha habitualmente cualquier otro medio de comunicación que no sea El Mundo, no se habrá enterado de que el Tribunal Superior de Baleares acaba de ilegalizar el modelo educativo que funciona en las Islas, al exigir que los padres puedan elegir el idioma de la primera formación de los niños. Nadie publicó una línea más. Confieso que tuve que buscar de nuevo el ejemplar antiguo del periódico citado, para ver si en el texto se decía lo mismo que en el titular y no había un error. Pero no, la madre que presentó la demanda incluso exhibe en sus manos la sentencia.

Dos días después de la primera publicación, El Mundo vuelve a insistir en el tema, pero esta vez diciendo que el Govern piensa cumplir la sentencia sólo parcialmente, sólo a medias. Incluso dedica toda una página a la historia del asunto y a la evolución de las posturas sobre este tema en el PP (lo cual da para mucho, por cierto). Por lo visto, en la propia comisión de Educación del Parlament, el conseller, con todos los medios delante, habló de la sentencia, pero nada, ni por esas. Ni siquiera en el Balears, habitualmente muy activo en estos asuntos, aparece una línea. Recordemos que este tema, encima, es muy polémico porque enfrenta posiciones socialmente muy opuestas.

 Lo que está en juego

 Aquí lo que a mí me parece tremendamente grave no son las posturas que cada uno tenga sobre el tema, en definitiva, las opiniones; aquí lo que es muy serio es que se nos está privando de la  narración de un hecho de mucha trascendencia. Aquí lo que está en juego es el periodismo como mediador entre la realidad y los ciudadanos. Saber que ha habido una sentencia, difundir que el Tribunal Superior ha dicho esto o lo otro, es básico en una sociedad democrática, para que los ciudadanos estén informados. El oscurantismo, todos estamos de acuerdo, es propio de una república bananera, donde con dos llamadas todo se acalla. Aquí, estoy seguro, no ha habido llamadas, pero ha habido el silencio.

Una vez se conoce la sentencia, una vez se publica qué ha sucedido, entonces las opiniones son libres, deben ser libres, y cada uno puede sostener lo que le parezca. Conocida la decisión judicial, algunos podrán decir que en este país la Justicia es una risa, o que más vale tarde que nunca, o cualquier otra cosa. Este debate también tendría su interés, pero sólo cuando ha habido información. De lo contrario, la manipulación de la opinión pública es prácticamente absoluta.

Especulemos: ¿por qué no se ha publicado una noticia así? Como se vio en su momento en Cataluña, esta es una sentencia de primera magnitud. Incluso en el Parlament, las intervenciones demostraban que el Govern deberá cambiar la legislación. Entonces ¿hay noticias que los medios de comunicación ocultan porque sí? ¿Esos mismos medios que suelen proclamarse como abanderados de la libertad? A veces se habla del dinero como un poderoso persuasor. Pero es que detrás de este asunto no está el poder económico; aquí nadie pondría un duro en este tema. Sin embargo, aún ayer el tema seguía sin ser publicado en los medios. Ni la noticia, ni las repercusiones.

 Una hipótesis

Yo aventuro que pueda tratarse de un acto paternalista que muchos periodistas practican de tanto en cuanto: ellos, atribuyéndose la propiedad de la función social de comunicar, han decidido qué les parece que los ciudadanos debemos conocer y qué nos han de ahorrar para que no nos exaltemos. No es algo frecuente, pero lo he visto en algún otro caso, con algún que otro asunto en el que la propia profesión está involucrada o cuando, como tal vez ocurra ahora, existe una sensación generalizada de que las cosas han de ser de una determinada forma, diga lo que diga la sociedad.

Vaya forma de entender la pluralidad, la libertad, la concurrencia de puntos de vista. Supongo que esté a favor o en contra, un demócrata ante todo defiende el derecho de todos a la libertad de opinión. No parece el caso. Un conocido mío, extranjero, me explicó una vez que en los ochenta quedó muy agradablemente sorprendido al ver cómo España pasó de una situación de dictadura a una de democracia pero que ya en los noventa comprendió que, tal como se temía, estas transiciones sociales no se producen tan de prisa como creímos por un momento y, reconocía, aún nos queda mucho por hacer para ser verdaderamente plurales. Hay mucho deseo de imponer el pensamiento propio a los demás, mucho totalitarismo mal disimulado.

 

 

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