El hombre tranquilo, el entrenador impasible, no acierta a comprender lo que le pasa a su equipo cuando otro equipo le aprieta un poco. Lo del Mallorca en Riazor no es el síndrome de la segunda parte, es el efecto de estar en la tabla en una posición engañosa, de aparente privilegio, a escasos puntos de jugar la Europa League. Y también el efecto relajante de haber lanzado mensajes de que esto está hecho, de que la permanencia está conseguida. Calma chicha, tumbarse en el césped a tomar el sol y a esperar para ver de dónde sopla el viento. Y pasa lo que pasa, que juegas bien media hora ante un rival sin grandes argumentos ofensivos, metes un gol, te pones a mirar al cielo y a pensar en pajaritos, sale Valerón y te destroza. Una pena que Valerón, de quien disfrutamos en el viejo Luis Stijar, haya tenido la mala suerte de las lesiones, porque ha sido, y todavía es, un jugador tan elegante como efectivo, tan capaz de mover la maquinaria ofensiva del equipo, clarividente para anticipar donde va a estar un tío cuando el suelte la pelota con impulso preciso. Y el Mallorca no estaba para esfuerzos en la segunda parte. Tampoco en la primera porque la línea de creación fue un desastre. Ni Tejera ni Pereira estuvieron a la altura del noveno clasificado, Nsue como siempre, algún detalle de Joao, nulo el Chori cuando salió… Y encima falló el gran capitán de la defensa. Bueno, tampoco hay que rasgarse las vestiduras, pero el hombre tranquilo, el entrenador impasible, tiene que lanzarles mensajes más contundentes. No todo está hecho perdido todavía y hay mucho por ganar.