¿Oclo... qué? No, no nos estamos refiriendo a ninguna enfermedad relacionada con los ojos, ni a un cierre general de las instituciones ni tan siquiera a una postura del Kamasutra. Oclocracia es un término acuñado por los griegos clásicos -en la formación de las bases teóricas de la democracia- que significa poder o el gobierno de la plebe, es decir, de la clase social más empobrecida y marginada, pero con connotaciones de “desorden, tumulto, irracionalidad, incompetencia, insipiencia, irresponsabilidad y degradación del ejercicio del mando político”
Ésta parece que es la fórmula que impera en nuestro entorno según sea la institución a la que hagamos referencia y según sea nuestro interlocutor. Así pues, es habitual leer en las redes sociales comentarios de “disfrutad de lo votado” cuando se anuncia que el Cort de PSOE, SomPalma y Més gastará 169.000 euros en demoler Sa Faixina o que va a limitar las terrazas. De igual manera, también existen afirmaciones de “país de pandereta” o “país de gilipollas” realizadas después del 26J cuando salen a la luz casos de investigaciones judiciales por presunta corrupción que atañen al Partido Popular.
Por lo tanto, inferimos que los votantes de las opciones “perdedoras” consideran que ha ganado la opción contraria porque los electores son en su mayoría tontos o incapaces de elegir la mejor opción.
Y es que, en la sociedad en que mayor número porcentual de licenciados, diplomados y graduados de nuestra historia, parece que el respeto hacia el sentir mayoritario de las personas que han acudido a las urnas para expresar su voluntad (que no significa que sea la mayoría de la población) brilla por su ausencia.
La grandeza de la democracia es que no hay opciones buenas y malas -siempre observando unos contenidos mínimos de respeto a los Derechos Humanos claro está. La ideología, entendida como “el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, una colectividad o una época” está especialmente protegida por la Constitución Española (art 14: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”) y se considera que nadie puede ser agredido por este hecho. Aún así, ¿Cuántas personas no se han sentido insultadas o agredidas por haber mostrado sus preferencias políticas?
Cada uno decide por qué vota a un partido político. Puede ser por convicción ideològica, por conveniencia, por simpatía hacia algún líder o incluso para castigar a otra opción. Lo que está claro, es que, si este voto se ha depositado en las urnas en un ejercicio libre y sin presiones debe de merecer el respeto de los conciudadanos.