Hoy en día el que no tiene Facebook, Twitter, Tuenti o todo a la vez es considerado un bicho raro. El uso de las redes sociales se ha generalizado a todos los niveles, pero pese a las numerosas ventajas que ofrecen también tienen sus peligros y no es solo por el hecho de que expongamos nuestra intimidad a extraños que pueden aprovecharse de ello, sino que pueden llegar a crearnos adicción. En contra de lo que pueda parecer la obsesión por las redes sociales no es solo cosa de adolescentes y lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que una madre estuviera enganchada a Twitter mientras daba a luz a su hijo. La buena señora twitteó, supongo que entre contracción y contracción, 140 veces durante el parto!! Pero ¿Por qué hay gente que tiene una necesidad imperiosa de exponer públicamente lo que piensa, dice, hace o deja de hacer? ¿Es para dar envidia? ¿Para llamar la atención, quizás? Como todo en esta vida, las redes sociales son buenas pero si se usan con moderación. Hay quien se obsesiona con publicar cada paso que da en su día a día y establece una relación enfermiza con las nuevas tecnologías. Esa necesidad de compartir con el mundo sus vivencias y, por supuesto, de obtener la aprobación de los demás es un problema que afecta a la persona no solo en su entorno laboral sino también en su vida privada.
