Siempre he creído en la pequeña y mediana empresa como elemento básico de nuestra estructura social. En contra de lo que sucede con las grandes compañías, las PYME generan un retorno de los beneficios en su entorno inmediato. Estratégicamente la diversificación de empresas hace que una sociedad sea menos vulnerable al cierre, reestructuración o deslocalización de una multinacional. Me refiero específicamente a los "botiguers", aquella gente que da vida a nuestras calles con los negocios de proximidad. Los pequeños negocios en los que se crean unas relaciones personales radicalmente distintas a las de empleador/empleado de las grandes corporaciones. Pues esta admiración por el pequeño empresario no debe ser compartida por las instituciones. Hemos llegado a crear un complejo sistema de obligaciones de muy difícil cumplimiento por parte de los "botiguers": fiscales, sanitarias, turísticas, laborales, sobre protección de datos, medio ambientales, ISO... Un sinfín de obligaciones cuyo alcance, en ocasiones, no se explica si no es desde la perspectiva de querer disuadir a los emprendedores. La última de estas ocurrencias ha sido la prohibición, a partir de enero de 2014, de servir aceite en los establecimientos hosteleros en las aceiteras de siempre. A partir de ahora, en recipiente no reutilizable, etiquetado, con dispositivo anti-relleno, evidentemente más caro y no se cuántas cosas más. En fin, una nueva exigencia y a seguir pensando cómo poder complicar un poco más la vida a los "botiguers".
