No lo encuentro

Me encanta hacer entrevistas. Sobretodo si tengo más de diez minutos para hablar con quien sea y hurgar más adentro. Una, dos, tres preguntas protocolarias, el gancho de aquello que les trajo, aquello que me sirvió para convencerles y que les sienta junto a mí en un plató de televisión o un estudio de radio.  Me chifla preguntar y reconozco que a veces he sido buena, mala e incluso malvada con ellos. Dicen que no hay peor enemigo que el que te convierte en amigo para conocer tus debilidades y aprovecharse de ellas,  y es cierto que en alguna ocasión  he pegado alguna  estocada, que no ha matado pero sí descolocado al personaje. Pobrecito. Juega fora camp y además no conoce el medio.  Los políticos son mis favoritos. Sobretodo si están en el poder. Me da igual del color que sean. Pero en realidad, lo que más me interesa no es vencer ni convencer,- eso les toca a ellos -, si no intentar intuir su corazón, su verdadero yo, aquel que sólo muestran en momentos de relajo, de soledad, o de despiste protocolario. Al President José Ramón Bauzá le he podido entrevistar algunas veces, y he puesto el aparato de rayos x en marcha en cada ocasión.  También a Gabriel Cañellas, a Cristòfol Soler, Jaume Matas y Francesc Antich. Si tuviera que elegir a uno… bueno, no tengo que elegir a uno. A lo que iba, que me pierdo en ramificaciones. ¿Conclusiones? Gabriel Cañellas era un polissó, quizá muy paternalista y populachero, pero amaba sus raíces y sabía plantar cara a Madrid, y cuando sonreía no sabías si t’havia fotut o te había dicho la verdad, aunque ya era tarde cuando podías reaccionar. Jaume Matas llevaba un súper reloj en la mano derecha, que movía sin remedio cada vez que abría la boca, y aunque hablaba en tercera persona de sí mismo, -síntoma de que algo acabaría mal -, sabía escuchar para luego hacer lo que quisiera. Cristòfol Soler era un nacionalista romántico en un PP que tachamos entonces de  centralista, aunque visto lo visto, no lo era tanto. Francesc Antich, un presidente en muchos mares convergentes y agitados, obligado a negociar fuera y dentro de su gobierno, y quizá por eso, un poco flojo de carácter. Pero a todos les vi, o creí ver, el corazón, la cabeza y las intenciones. Permeables en algún momento, aunque sólo fuera en uno. Un suspiro, una mueca, un estornudo, un botón caído, un abrazo, algo de calidez. Un ir y venir en comentarios, confidencias e incluso algún abrazo.

Pero el reto es ahora imposible. No lo consigo. No hay fisura, grieta, manera de entrar en la cabeza de José Ramón Bauzá. Implacable en sus convicciones y en sus acciones, que lleva a extremos que a veces tememos que acaben en el pseudohomicidio de sus gobernados o en el suicidio. Sin que le tiemble el pulso. Aunque le cueste el sacrificio de Consellers, Directores Generales o lo que le haga falta. Lo busco y no lo encuentro. El corazón del President está tan bunquerizado como su  manera de hacer política. Y lo intento, no crean, pero no consigo encontrarlo. Todos los presidentes que ha tenido esta comunidad han amado Baleares, a veces casi tanto como a sí mismos, y otras por lo menos un poquito. President, reivindico que nos muestre el corazón y le pido que nos haga, aunque sea, un gesto, una señal que indique que nos quiere. Miéntanos, no nos importa. Enseñe la patita por debajo de la puerta. Baje la crispación, no vaya a ser que se desborden los mares divergentes y acabemos como los pobres mártires de Lampedusa, incluido usted. Sonríanos y no olvide que somos mediterráneos y en el hielo de las vanidades no nos sabemos ni nos queremos mover.

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