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No llores por mi negocio

Por Juan Antonio Tormo
lunes 18 de septiembre de 2017, 02:00h

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Parece que hemos entrado en una espiral que hace que cada vez que cierra un establecimiento “histórico” de nuestra Ciudad nos tengamos que poner de duelo. Los establecimientos son negocios privados que en la mayoría de los casos han tenido una época muy prospera y han ganado bastante dinero, porque sino no hubieran estado abiertos tantos años.

Puedo entender que algunos tengan un carácter semi-patrimonial por su ubicación, estilo arquitectónico y sobre todo porque han sido parte del paisaje urbano durante decenas de años. Pero lo que nunca han dejado de ser son negocios con el objetivo de ganar dinero de una forma lícita y sus dueños lo han aprovechado todo lo que han podido. Hay casos en dónde la pura especulación de la zona ha hecho que no tuvieran otra alternativa más que el cierre ya que no podían afrontar las nuevas rentas, también en algunos casos la indefensión por parte de la administración ha propiciado muchos cierres, pero también es verdad que muchos habían hecho muy poco por adecuar sus estructuras empresariales a los nuevos tiempos.

Cuidar las redes sociales, tener una estrategia de marketing, promociones, incorporación de nuevos surtidos y más oferta de artículos al cliente, hacer publicidad en los medios de comunicación, tener una buena política de reclutamiento y formación del personal etc. Son requisitos indispensables para la viabilidad de un negocio y si no lo sabían, tenían que haber contratado a profesionales que les aconsejaran, al igual que arreglan desperfectos en sus locales cuando los hay, contratando a otros profesionales.

Lo dije hace tiempo en otro artículo, que según un informe de un relevante despacho, el 90% de las empresas no llegan a una tercera generación, de cada 10 empresas heredadas de padres a hijos el 80% no sobreviven y si lo hacen 9 de cada 10 mueren en la tercera generación.

Puedo paracer insensible a estos cierres pero no es cierto, hay locales emblemáticos como fué el cine Born del Paseo del Borne, que me hico llorar cuando conocí su cierre. Pero estamos en el 2017 y los negocios, como suelo explicar en algunas conferencias que doy, no son hijos nuestros y que su vida tiende a ser más corta cada día. La globalización, la especialización llevada al límite, la falta de una buena financiación, la competencia con las grandes marcas y la falta de profesionalidad y adaptación de muchas empresas llevan y llevarán al cierre a muchas empresas que todavía no han empezado todavía. Pero támpoco el cierre de una empresa acaba con la vida del empresario-emprendedor, porque probablemente puede empezar con otro proyecto, puede haber sido un cierre más o menos traumático, pero su talento sigue ahí y puede encontrar otro nicho de negocio para volver a empezar. Caes y te levantas esta es la vida en los negocios.

Pensar en los negocios como formas para ganarnos la vida, dar trabajo a otras personas, contribuir al desarrollo de la comunidad teniendo en cuenta las buenas prácticas y responsabilidad social, serán seguramente el único premio al que puede aspirar el empresario-emprendedor, la nostalgia de otros tiempos se la dejo a los glosadores y algún que otro demagogo.

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