Llegar al final de un año no es más que el tránsito entre dos periodos fijados de forma arbitraria en el tiempo. Pero no por artificioso ello deja de marcarnos y nos lleva a hacer balance de los días que dejamos atrás. A buen seguro han podido leer la entrevista publicada en mallorcadiario.com en la que Albert Candela habla de sus vivencias, cuenta alguna anécdota (no se acabarían nunca) y opina con el certero juicio que años de experiencia le brindan. Decir que Candela se ha ocupado del protocolo del Consolat sería como decir que Marco Polo se fue de paseo. Ha visto y sido partícipe de la primera línea de la política balear desde el preautonomismo de Jeroni Albertí hasta la legislatura de José Ramón Bauzá. Su criterio no es menor.
Apunta Candela que “la política se innova y llega a nuevos espacios... Pero lo que no me gustan son los políticos de hoy”. Por encima de colores e ideologías la calidad del parlamentarismo balear se halla distante de lo que fue no hace muchos años. Y lo que sucede en el Parlament tiene su réplica en una tristona escala de grises de obsoleta fotocopiadora matricial en instituciones de rango inferior. El municipalismo, la escuela en la que se foguean los parlamentarios de mañana, ya no es el paso previo para acceder a más altas instancias. No siempre los que medran en las estructuras de partido son los más capaces. Las mecánicas internas imponen servilismos, disciplinas inquebrantables dictadas por el boletín interno. La simple opinión se considera desafección cuando no una disidencia premiada con la purga. Y eso se acaba pagando en al Parlament. Políticos sin experiencia en el duro ejercicio del municipalismo, huérfanos de ideología (el exceso de ideología no lo es, es inmovilismo), bisoños en el debate, ocupan escaños. Los han ganado de forma lícita y democrática, por supuesto. Pueden tener una estupenda formación académica o no...
¿Dónde queda la experiencia vital, el saber medirse con un rival cara a cara, el exponer sus argumentos por encima de falacias y viejos chascarrillos...? ¿En qué momento se perdieron la agudeza, la vehemencia, la convicción? ¿En qué momento llegaron la desidia de las réplicas y contrarréplicas leídas como un niño repite la letanía del dictado de su profesor, la falsa indignación, la clonación de ideas (no necesariamente de las mejores), la búsqueda del titular en redes sociales...?
La pérdida de calidad parlamentaria comporta graves consecuencias. No se trata sólo de que las sesiones resulten narcóticas como una sobremesa de arroz brut y vino tinto. Las preguntas de cómo esa vacuidad se traslada al control del Govern y al ejercicio ejecutivo de este resultan tan obvias como obligadas. Y preocupantes. Ni verdes, azules, rojos, morados o naranjas. El gris se adueña del Parlament.
Aunque pudiera abstraerse la verdadera función legislativa del Parlament para reducirlo a un espectáculo, qué gran espectáculo nos estamos perdiendo. La dialéctica, el debate, la rivalidad, que no la enemistad, han muerto. Se suele decir que a los parlamentarios de hoy les falta altura de miras y talla política. Tal vez lo que sobre sean centímetros en el metro. A la hora de medir a algunos nos vendría mejor hacerlo con un nuevo sistema métrico en el que el tradicional metro de 100 centímetros tuviera sólo 85.
Sus señorías están cinco meses de enmendar sus errores, de desperezarse y de desperezarnos. Los ciudadanos, electores, quieren políticos de esos que necesitan un metro de 120 centímetros para medirse. El talento menguante no es una opción.