Navidad sin blanca

Estas navidades hasta cuatro millones de personas en España no podrán encender la calefacción de su casa porque no pueden pagarla.

Si para nosotros, que vivimos en un clima de inviernos “suaves”, eso ya supone pasar mucho frío en casa, imaginemos lo que eso implica en lugares como Teruel, Salamanca, Madrid, Burgos… Puede provocar, sin duda, serios problemas de salud o incluso consecuencias peores.

En estos momentos las cifras apuntan a que más de un cuarto de la población de España vive bajo el umbral de pobreza, y los pronósticos apuntan a que ese porcentaje tenderá a crecer en los próximos años.

No poder pagar la luz, el agua, la comida o un techo bajo el que cobijarse es un problema que afecta a cada vez más capas de la población, capas que antes podían considerarse clase media y que poco a poco se han visto arrastradas a esta polarización entre ricos y pobres en la que se convierte toda sociedad en crisis económica.

En el debate de Presupuestos para el 2014, en la fase de presentación de enmiendas en el Senado (es decir, en tiempo de descuento), el Partido Popular presentó y aprobó una enmienda para que el Gobierno no tenga que pagar 3.600 millones de euros correspondientes a la compensación por el déficit tarifario del sistema energético.

Luis de Guindos ha defendido esa enmienda en tanto en cuanto el no pagar esos 3.600 millones de euros recortará algunas décimas el déficit público. Lo que no dice es que esos 3.600 millones, más los 26.000 millones de déficit tarifario que arrastramos desde la privatización del sector energético en España, alguien los tendrá que pagar, y mucho me temo que los tendremos que pagar entre todos, incluyendo a aquellos que ya no pueden poner la calefacción en sus casas ni que sea un ratito.

Dicen que estamos saliendo del túnel, porque se ha salido de la recesión al presentar el PIB español un crecimiento del 0,1%.

Es cierto que se dice con optimismo moderado, sin festejos y sin alharacas, pero se dice, tratando de transmitir un optimismo impostado y una mejora que puede ser macroeconómica, pero que desde luego no es doméstica.

No obstante, a mí la imagen del túnel no me convence.

No me convence porque quienes han vivido lo que se llaman ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte) también hablan de un túnel y una luz al fondo, y no parece que esa luz sea precisamente la vida.

Y tampoco me convence porque los túneles suelen discurrir en trayectos horizontales, con escaso desnivel entre el punto de entrada y el punto de salida. Por tanto, con seis millones de parados y un cuarto de la población por debajo del límite de la pobreza, no parece que estemos atravesando un túnel del que vayamos a salir igual que hemos entrado.

Personalmente creo que no estamos en un túnel, sino en un pozo. Nos hemos caído por ese pozo precisamente por no mirar dónde poníamos los pies, empeñados en mirar más arriba de lo que podíamos, erguidos y orgullosos de un milagro económico tan inconsistente como la especulación.

El pozo es profundo, y el costalazo al caer ha sido espantoso. Se nos han roto el estado del bienestar, el mercado laboral, los derechos sociales, el sistema financiero y, en buena medida, las esperanzas.

Ahora hemos dejado de caer. Nos estamos lamiendo las heridas y los golpes, y estamos revolcándonos de dolor en el cieno. Pero ahora parece que si miramos hacia arriba, podemos ver algunos rayos de sol que entran por la boca del pozo. No son gran cosa. No calientan ni curan, pero permiten recuperar las ganas de seguir peleando.

Un crecimiento del 0,1% implica salir de la recesión, pero también implica crecer treinta veces menos de lo que se necesita para generar empleo. Es mejor crecer muy poco que no crecer nada, pero lo realmente necesario es establecer unas bases sólidas de futuro que aseguren el crecimiento necesario para generar empleo de calidad lo antes posible. El empleo es nuestra cuerda y nuestra polea para subir por el pozo y llegar de nuevo a la superficie.

Y una vez que estemos en la superficie, deberemos exigir la restitución de lo perdido en la caída, los derechos rotos, la igualdad puesta en cuestión, los derechos laborales, individuales y colectivos, la seriedad y solvencia del sistema financiero… No debemos dejar nada en el fondo del pozo de lo que un día nos perteneció.

No tengo duda de que vendrán tiempos mejores. Tardarán más o tardarán menos, pero vendrán, aunque sea a rastras.

Sin embargo, y mientras llega ese momento, deberíamos ocuparnos de que nadie pase frío, ni hambre ni desatención sanitaria o educativa en un Estado que creía ser más de lo que es pero que es más de lo que ahora parece.

Aunque se lo tengamos que pedir a los Reyes Magos.

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