A menos de un año para el final ordinario de la legislatura autonómica, ya que no se puede obviar la potestat estatutaria del President para avanzarlas, se producen algunos movimientos tectónicos en el panorama político.
Las recientes elecciones europeas han dibujado un escenario novedoso, com la irrupción de Podem, la bajada en apoyos del PSIB y el histórico descalabro del PP hasta cuotas de hace más de 35 años.
La coyuntura, incluso antes de la constatación de los resultados europeos, provocó una serie de operaciones. Por una parte, la concentración del centro-izquierda de adscripción autonómica ha llevado a la integración de Esquerra en la marca Més, espacio en el que aún suenan tambores de guerra con trasfondo de filias y fobias personalistas. El centro-derecha lleva años estructurándose a partir del regionalismo centrifugado desde el PP en comunión con la herencia personificada en Josep Melià.
Ahora, cuando resta el sprint final (y, por tanto, no se requiere un esfuerzo político de fondo) se corre el riesgo de tener que padecer, a derecha e izquierda, operaciones de vuelo gallináceo con el único objetivo de capitalizar, en clave de egoísmo personal, campañas publicitarias vacías de contenido ideológico. La táctica no aporta ninguna innovación, pues hace años que se prueba la fórmula. En algunos casos con opacas financiaciones y rentables resultados espúreos en beneficio de sus cabezas visibles.
La clave del éxito radicará en la capacidad de las bases, a izquierda y derecha, de adivinar las verdaderas intenciones de los oportunistas y demostrar la suficiente madurez para anteponer las trayectorias frente a las conspiraciones que sólo juegan a la especulación de la mínima inversión ideológica para obtener el máximo rédito en forma de cuotas de poder.
