Miguel Sarasate o el instinto musical de la escultura

mdarte Miguel Sarasate

Nuestro destino nos conduce a Artà con la intención de visitar el taller del escultor Miguel Sarasate. De camino, en una rotonda de Vilafranca de Bonany nos topamos con una de sus creaciones de gran volumen, esculturas de unos cuatro metros. Unos veinte minutos más tarde llegamos a Artà y nos sale al paso “el dimoni” y unos doscientos metros más adelante se divisan las “xefarderes” sobre la terraza de su estudio.

Francisca y yo nos miramos: - ¡Ya hemos llegado!

Miguel Emilio Ginard Cortés conocido por Sarasate nació en Zaragoza el 31 octubre de 1952. Ese mismo año se publicaba; El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Al este del Edén de John Steinbeck, Prokofiev estrenaba; Sinfonía de la juventud, la empresa Gibson Guitar Corporation presentaba en Estados Unidos la guitarra eléctrica Gibson Les Paul, nacían los actores Liam Neeson, Jeff Goldblum y Roberto Benigni. El científico americano Jonas Salk producía la primera vacuna contra la poliomielitis y en Londres fallecían 12.000 personas a causa de una gran niebla de contaminación atmosférica que cubrió la ciudad.

Junto a un hermano mayor y a otro menor son hijos de Juan Ginard natural de Artà y de profesión herrero y de María Cortés originaria de Zaragoza de profesión modista. Se conocieron en la capital maña a la que Juan había acudido en busca de trabajo.

Vivíamos en una planta baja del barrio de Torrero y siempre fuimos forasteros para nuestros vecinos ya que mi padre con nosotros hablaba mallorquín. Decían que teníamos un acento raro y por eso nos llamaban “los mallorquines”.

En verano, en Semana Santa y a veces en Navidad viajábamos a Artà para visitar a los abuelos paternos y nos quedábamos en su casa.

Torrero se convirtió en un barrio de acogida de inmigrantes, sobre todo del campo aragonés y andaluz en tiempo de post guerra. El cine Torrero y el cine Venecia, la Plaza de las Canteras y la gente haciendo cola en invierno para comprar combustible en el surtidor, el Puente de América sobre el Canal Imperial de Aragón con las barcazas transportando materiales, las tiendas de venta, cambio y alquiler de tebeos, el tranvía, los “gordinis” y los “600”, la Churrería del Paseo Cuéllar y tantos y tantos recuerdos.

Desde muy niño yo era un solitario que pensaba como un adulto y no me relacionaba con los de mi edad. Me aburría, con los profesores tenía problemas porque mi mente estaba en otro sitio, siempre dibujaba, era algo innato en mí, pensaba en la de cosas que me gustaría cambiar. Yo quería ser más participativo, porque me agradaba hablar de pensamientos y comentar cosas que a los otros niños parecía no preocuparles. Notaba la distancia y me refugiaba en mí.

A los doce años hice una escultura; una calavera con una guadaña, maquinaría de reloj y una flor de madera, era una pieza un poco tétrica, lo sé y los maestros me tildaron de loco ¿Por qué has hecho esto? Y yo recuerdo que contesté; - porque no somos dueños de nuestro destino.

Hablaron con mis padres para decirles que tenía ciertas capacidades y que necesitaba de un centro especial para niños superdotados. Ahora cuando lo pienso creo que era la primera vez que escuchaba esa palabra.

Un día, se presentaron unos inspectores en el cole y posteriormente me acompañaron a casa. Cuando llamaron a la puerta yo me escondí detrás de uno de ellos pero aún así no evitaría que mi madre me diera un cachete. Pensó que había hecho algo malo y yo le dije que no había hecho nada, ¡por si acaso! – contestó.

Después de esa visita no había cambiado nada y entre los doce y catorce años se convirtió en el dibujante oficial del Colegio Luis Vives de Zaragoza, donde realizó varias exposiciones de dibujo.

Hubo una época en que mi padre se sentía muy mal, se le veía triste y a veces con poco humor. Luego supimos que se había arruinado con su empresa de metalúrgica. Yo había cumplido 17 años cuando mis padres tomaron la decisión de abandonar su hogar en Zaragoza e instalarse en Artà para volver a empezar de menos cero.

Guardo buenos recuerdos de ese tiempo. Me resultó fácil integrarme porque habíamos estado en Mallorca bastantes veces.

Con mis conocimientos me puse a practicar y a componer música. Me gustaba y cantaba folclore mallorquín. Mi vida la dedicaba casi por completo a la música y poco a poco iba abandonando mi carácter distante y poco comunicativo y compartía algo de tiempo con mis amigas y amigos.

Aunque lo odiaba, no me quedaba otro remedio que trabajar y lo hice en cosas muy variadas. Comencé como peón de albañil, luego aprendí a manejar el compresor, me llamaban: “compresorero”, más adelante fui camarero en el Restaurante Barbacoa de Artà, fui conductor de galeras con asnos para pasear turistas. Yo dominaba los idiomas, inglés, francés, alemán y eso me permitió ser guía turístico en las Cuevas de Artà y todas las faenas las alternaba con mi afición a la música, formando parte de una orquesta con la que tocaba la guitarra y el violín por las noches en hoteles de la zona. En 1972 gané el Primer Premio de Pintura Internacional de Capdepera.

La entrevista iba avanzando, Miguel revisando su memoria, yo tomando notas y Francisca captando instantáneas, había tanto por fotografiar, tres pisos de galería de esculturas, taller de forja, almacén, muebles de cajones planos y alargados en donde guarda sus pinturas.

Estábamos en su adaptación a la isla y sus múltiples oficios…

Con mi padre montamos un taller de herrería, contando con sus conocimientos y mi ímpetu, nos dedicamos a hacer esculturas. Elaboramos algunas piezas conjuntamente que están colocadas en Artà, en Génova y en Manacor. También expusimos varias veces juntos.

Cuando murió le hice un homenaje; a Juan Ginard Ferrer “Sarasate”.

En 1992 le comenté a mi mujer que quería dejar el taller de herrería y que quería dedicarme única y exclusivamente a la escultura. Para ella fue un disgusto, pero yo sentía que no podía dejar pasar más tiempo.

Aquel mismo año ya hizo su primera exposición individual y vinieron otras en diferentes puntos de la geografía mallorquina. En el 94 muestra su obra en Berna y en Colonia y en el 95 en Bonn y así sucesivamente por numerosas ciudades de España, de Alemania, Suiza, Rusia, Francia, de Los Ángeles, Azerbaiyán, Méjico y en otros lugares en los que también recaló dejando testimonio de su impronta como India o Miami y principalmente en Cuba que merece un capítulo especial. Durante varios años, además de exponer impartió postgrados de tecnología del metal en la escultura y lo hizo como profesor invitado en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad de la Habana. Participó en conferencias sobre la escultura en Europa y en Cuba, asistió a simposios internacionales, impartió cursos y charlas, realizó talleres, en el Instituto Superior del Arte y en la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro de la Habana. En ese tiempo Miguel Sarasate había construido un puente cultural entre Cuba y Mallorca, del que surgieron muchas colaboraciones intercambios artísticos y amistades.

Fue una época enriquecedora por el trato recibido, conociendo Cuba a través de sus artistas y en la que me sentí muy complacido de poder participar con gente de todo el mundo los conocimientos que se adquieren en un taller de forja a base de estudios, de trabajo y de experiencias manipulando el metal. De poder compartir todas esas sensaciones que ocurren en la soledad del artista. De hecho sigo realizando talleres y charlas.

Se destacan las esculturas y se conocen los dibujos, pero Miguel además es un sorprendente intérprete de una pintura refrescante que transita entre el pop y el surrealismo, con unos sutiles toques psicodélicos. Collages sobre un papel brillante y amable al toque, que abre sus ángulos a rostros fantasiosos y a perfiles insinuantes, con influencias africanas, caribeñas, labios gruesos, y pelo rizado y tupido, pero al tiempo miradas inhumanas que te citan fuera del espacio terráqueo.

Es un trabajo distinto que complementa mi visión del arte con la escultura. Siempre me ha gustado dibujar y recrearme en la percepción que tengo de las expresiones del ser humano, las caras, los ojos, vistos desde una perspectiva menos realista.

¿Qué otras aficiones tiene Miguel Sarasate?

Escuchar música clásica, música pop y rock en general, Ray Charles, Sting, Rolling Stones, Steve Wonder, Dire Straits. Me agrada conversar, la gastronomía y los caballos.

El exterior del taller es fácilmente reconocible ya que en la parte superior del Estudio Sarasate, un grupo de esculturas se encarama mirando al cielo, viendo pasar la gente, los pájaros, los coches. En el interior, piezas de diferentes épocas del artista muestran la evolución, el uso de materiales metálicos y las formas, algunas rudimentarias, otras futuristas, algunas clásicas, cubistas, abstractas. Allí yacen, elementos por los que infiltró calor y elevó a la química y a las aleaciones.

¿Cómo es usted en la intimidad de su taller?

Después de tantos años, sigo advirtiendo la tensión, la incertidumbre, sigo sintiendo pasión ante una nueva pieza, es inquietante. Creo que si no fuera así, perdería el encanto. Necesito crear, trabajar y que la inspiración me encuentre en el taller. A un accidente se le llama arte, pero sinceramente esto es azar o casualidad. El arte es el trabajo diario del conocimiento. Cada día comienzo algo y algunas veces se queda a un lado y otro día a ese algo, le hago una corrección, hasta que llega el día en el que le das el visto bueno.

Los sujetos de Miguel Sarasate surgen de un laborío incesante y nacen de forma sencilla y sin estridencias. Sus figuras son clásicas, un caballo, un cuerpo de mujer, un rostro, un instrumento musical, pero aquel metal que tocase el artista, en arte convirtiese. Esa simpleza que encuentras en la piedra de un camino, habita en las cuerdas de sus violines, en las cabezas de sus yeguas, en la sensualidad que muestran los cuerpos a los que ha colocado un alma, el gesto y la mirada. O la solidez de un saxo de acero colocado sobre una columna que permite imaginar su dulce sonido sobre un escenario, mientras sus siluetas danzan ligeras bajo la luna.

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Sobre una mesa, media pieza de un queso y chorizos asturianos, acompañan a unas seductoras empanadas mallorquinas. A esa hora, uno ya entra en gana de picar algo y más con la cercanía de esos ágapes.

Paramos unos segundos y tomamos asiento.

Miguel abre un tinto y sirve elegantemente primero a Francisca, luego a mí y una vez que ha llenado su copa, brindamos por aquel buen día.

Aunque las preguntas y respuestas continúan…

¿Ha habido artistas referentes en su carrera?

Me ha interesado siempre el consistente trabajo de Pablo Gargallo y el de Manolo Hugué y mi admirado Rolf Knie que hizo posible que yo pudiera exponer en Suiza y trabajar con él, fue un rotundo aprendizaje.

Pablo Gargallo, nació en Maella, Zaragoza en 1881 y falleció en Reus en 1934. Su obra: El profeta, es la culminación de uno de los escultores más importantes del siglo XX que supo combinar el clasicismo con la experimentación. Su principal fuente de inspiración fue Julio González.

Manolo Hugué, nació en Barcelona 1872 y falleció en 1945, destacó en el novecentismo catalán a principios del siglo XX. Navegó dentro de la modernidad entre el primitivismo y el clasicismo.

Rolf Knie nació el 16 de agosto de 1949 en Berna, vinculado familiarmente al mundo del circo, donde ha trabajado como actor, payaso, creador de vestuarios, combinando con su afición a la pintura y a la escultura. A dúo con Miguel Sarasate se alzan esculturas en distintas localidades de Suiza, Alemania y Canadá, así como un conjunto de figuras de 16 toneladas en acero corten colocado en l’Illa Diagonal de Barcelona, bajo el título de “Circ en ferro”.

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Entre tradición y continua actualidad podría sintetizarse el día a día del fecundo hacer de este afable e incombustible maestro en dominar la dureza y la elasticidad de los metales. Cierto es que pudiera acumular influencias de artistas de distinto voltaje, Picasso, Julio González, Oteiza, Brancusí, pero su inconformidad le lleva a describir en cada pieza, un sinfín de detalles que no estaban en el universo antes de su incursión. Miguel aplica espirales para definir la composición de una testa, ícaros, centauros, sensualidad, sonidos acústicos a las propiedades del hierro y del acero, como Poseidón a las mareas, como Vulcano y Hefesto con el fuego y los metales. Utiliza su habilidad y su destreza para finalizar embriagadas obras vocacionales. Un recorrido por su dilatado currículo te conduce a visitar la fuerza de sus trabajos y exposiciones en los cinco continentes, actividades, encargos de instituciones, particulares que poseen colecciones privadas, conferencias, charlas, talleres…

¿Algunas frases determinantes?

“Si piensas que la vida es importante decide con quien vas a compartirla”.

“Cuantos más años tengo, menos sé en qué punto me encuentro”.

“Uno no puede ser víctima ni de su ego, ni de su oficio, ni de su experiencia”.

A punto de despedirnos entramos en su taller de forja y sobre una mesa se dispone a mano alzada a realizar uno de sus dibujos. Una técnica en la que no hay bocetos previos. De forma directa, sin correcciones, sin modificaciones. Con sus conocimientos antropológicos, con su simbolismo personal entre el figurativo y el surrealista, con una plasticidad elocuente resuelve la improvisación.

Ha sido una jornada entretenida y agradecida. Suele serlo cuando un creador te abre las puertas artísticas de su universo. Miguel es un hombre generoso y cercano en la charla y en la cordura. Aunque no lo parece está pendiente de todo lo que ocurre a su alrededor, no se le escapa detalle.

Francisca y yo nos despedimos emplazándonos con un; ¡hasta siempre!

Para más información: miguelsarasate@hotmail.com

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