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Alberto Cruz Díaz o un vínculo con los signos ancestrales
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Alberto Cruz Díaz o un vínculo con los signos ancestrales

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Como si de una aventura se tratase, diremos que nos dirigimos a algún lugar de la tierra donde reina lo desconocido. Solo los elegidos pueden visitar esos espacios simbolizados. No está al alcance de cualquier mortal, pero Alberto trata de reproducir cada detalle tras haber hablado con jefes de tribu, con chamanes, con algunos de esos pocos que tienen acceso a ese mundo escondido en la Sierra del Chibiriquete entre rocas y espesura de la región amazónica de Colombia.

¿Cómo debemos considerar ese sitio?

Como un lugar sagrado que con el tiempo va a desvelarnos muchos secretos de nuestros orígenes.

Así, con esta breve introducción damos paso a la entrevista de esta semana. Más adelante seguiremos hablando sobre este hallazgo que nos describe el artista; Alberto Cruz Díaz que nace el 18 de octubre de 1959 en Riosucio, Caldas, población situada en el Eje cafetero, zona central de Colombia y conocida porque celebra uno de los más relevantes carnavales de Latinoamérica. Este municipio fue fundado en 1819 por dos sacerdotes españoles.

El mismo año de su nacimiento, coincide con el de John McEnroe, Magic Johnson y Bryan Adams, con la presentación de la marca Juan Valdez un personaje que creó la agencia Doyle Dane Bernbach por encargo de la Federación Nacional de Cafeteros para identificar el Café de Colombia y representar a los más de 500.000 cafeteros y a sus familias y que se hizo mundialmente famoso con su mensaje publicitario, con su mula Conchita y con el fondo de los Andes colombianos. Alaska y Hawái se convertían en nuevos estados USA, en Bogotá se inauguraba el Aeropuerto El Dorado, el más grande de Colombia, el Millonarios de Bogotá se proclamaba campeón del Campeonato de fútbol de Colombia, Julio Cortázar publicaba Las armas secretas, Carlos Fuentes, Las buenas conciencias y Günter Grass, El tambor de hojalata. Se presentaba la comedia considerada una obra maestra del cine; Con faldas y a lo loco de Billy Wilder con Jack Lemmon, Tony Curtis y Marilyn Monroe…

La historia de Alberto comienza en su primer recuerdo.

Tengo la imagen de ir caminando con mis hermanos por lo que allá llamamos un potrero o un pastizal y mi papá está ahuyentando a un águila que pretende comerse a los pollitos de la finca donde vivíamos por espacio de 12 años. Esa escena de la defensa de lo nuestro, está grabada en mi mente.

Es el quinto hermano de los catorce que tuvo el matrimonio formado por Mario, campesino, natural de Riosucio y de Magdalena natural de Jardín, Antioquia, una joya de la naturaleza. Sus abuelos paternos fueron Juan Manuel Cruz, Comerciante y Pastora Hernández, ama de casa y sus abuelos maternos, Carlos Díaz y Mercedes Díaz, campesinos en su propia finca. En este caso ellos seguían la tradición familiar y aún siendo primos se casaban, no entraba nadie en ese círculo que no fuera de la familia.

Desde los seis años hasta los doce estudié, iba a la escuela, andando, a caballo o con el carro, luego tuve que trabajar en la finca hasta los diecinueve que pude retomar mis estudios en el Instituto de Riosucio durante cuatro años y después un año en el Instituto de Pereira donde obtuve el cartón (diploma) de Bachillerato Superior.

Cuando tenía siete años un niño, hijo de mi profesora me enseñó a dibujar una vaquita. Eso me motivo tanto que aprendí a dibujar cada uno de los animales que había en nuestra finca y me pasaba horas tallando bambú y otras maderas, haciendo formas de animales. Gracias a esa vivencia, siempre que veo a un niño interesado en pintar me tomo tiempo para enseñarle. Pinté, dibujé y tallé hasta que cumplí los doce años.

A los doce años comencé a notar lo traumático que era vivir de aquella manera en el campo, cuando los demás niños podían disfrutar de ir al cole o a la ciudad. Aunque con tantos hermanos, nos distraíamos mucho.

A la edad de ocho años un primo suyo le contagia la afición por la apicultura. Comenzó con ocho cajones de abejas…

Y a los veinticuatro, tenía 250 cajones en la zona de Riosucio repartidos en diferentes fincas en habitáculos de veinte cajones.

Una vez unos vecinos detectaron que en un alero de casa tenían un enjambre y me llamaron, yo lo quite con toda tranquilidad y ese día me equivoqué y aprendí que las abejas cuando custodian a una abeja reina virgen no están mansas y atacan. Desde entonces tomo precauciones.

Hubo una época en la que tuvimos una invasión de la abeja africana y nos creo muchos problemas, se mezclaban con las nuestras y nacían bravas, híbridos que picaban a la gente, mataban a los caballos, envenenaban los aviarios y aunque estuve a punto de perderlo todo, volví a remontar.

Aprendí muchas cosas del contacto con las abejas y sigo teniendo.

De los diecinueve hasta los veinticinco años trabajó como vendedor en unos grandes almacenes especializados en electrodomésticos.

En 1985 con veintiséis veranos a las espaldas, viaja a Méjico y comienza una aventura, mientras dudaba si marchar a Estados Unidos para mejorar la situación económica.

Tuve la suerte de conocer a una serie de personas que practicaban tenis y les gustaba el arte y entré a formar parte de ese grupo que me recibieron con los brazos abiertos. Algunos eran profesores de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de Méjico) y por unos días me pregunté ¿A qué hora perdí mi instinto por el arte? Cuando esas gentes vieron lo que yo era capaz de hacer. Me animaron a retomar esa carrera olvidada.

Aprendí la técnica del pirograbado y de los ingresos económicos viví bastante tiempo trabajando esa técnica. Aprendí a pintar al óleo y acrílico, volví al lápiz y al dibujo, estudié algo de alquimia y me interesé en conocer los secretos de los pigmentos. Hice mi primera exposición de pirograbados.

En 1990 conocí a Domingo Mayorca que había sido alumno de Salvador Dalí y me enseñó muchos trucos sobre el óleo, a preparar las telas, al manejo de la técnica con base de acrílico, a aplicar el óleo, a dominar las texturas.

Con estas enseñanzas dejé de lado el pirograbado y me centré a perfeccionar con esas técnicas, estudié sobre la anatomía del ser humano y del caballo y me apliqué en mejorar la perspectiva, la profundidad, el volumen, la composición, el equilibrio.

En 1996 me casé con Claudia Villala y tuvimos dos hijos, Víctor Manuel y Nicolás.

Con treinta y cuatro años y cuando estaba en un momento importante de su carrera, le comunican que su padre está muy enfermo y decide regresar a su país. Por aquel entonces sus padres vivían en Pereira.

Regresé porque no sabía si tendría tiempo de despedirme de mi padre, gracias a Dios no fue así. Murió siete años después en 2006 y yo durante ese tiempo seguí trabajando al óleo y realicé numerosas exposiciones en mi país. Por un año, coordiné el área de artes plásticas del Instituto de Cultura Lucy Tejada, impartiendo clases para unos mil alumnos.

El Centro Cultural de Lucy Tejada se construyó para homenajear a esta artista pereirana, pintora, muralista, dibujante y grabadora, considerada como un referente del arte contemporáneo de Colombia.

Si tuviera que escoger al artista más admirado por usted o más influyente ¿Con quién se quedaría?

Sin duda con Oswaldo Guayasamín porque además de ser un enorme creador, fue un artista muy comprometido con las culturas indígenas. Pintor, grafista, muralista, dibujante, escultor y uno de los máximos representantes del arte plástico de América Latina.

A la edad de veintitrés años Oswaldo Guayasamín impresionó tanto con su primera exposición que Nelson Rockefeller le compró varios cuadros y le apoyó en su carrera. De ahí marchó a Méjico y conoció al maestro José Clemente Orozco y entablo amistad con Pablo Neruda. Después viaja por numerosos países como Brasil, Perú, Uruguay, Chile. Argentina, interesándose por conocer la opresión que sufría la sociedad indígena y a partir de entonces, ese dolor formaría parte de toda su obra. Nació en Quito en 1919 y falleció en Baltimore en 1999.

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Ya llevábamos un buen rato dándole vueltas a su memoria sentados a una larga mesa, en la que habían colocado fruta y café. Francisca aprovechó para indicarnos que nos colocásemos más cerca del jardín.

Y caminando ahora, seguimos nuestra charla, acompañados de Eduardo, operador de cámara que grababa cada uno de nuestros pasos. Alberto se paró frente a un ciruelo y nos ofreció una fruta cogida del árbol. En ese momento, recordó que a los cincuenta años le contrataron para dar clases…

Fue una experiencia muy reconfortante. Trabajamos con lo que teníamos a nuestro alcance, yo les orientaba de la importancia de la geometría de las cosas que su vista alcanzaba a divisar, a fijarse en los detalles, si una hoja se movía, si recibía la luz de un lado u otro. Les hablaba de pintar y dibujar en abstracto, del realismo, del expresionismo con detalles muy básicos. Me quedaba atónito al ver la creatividad de aquellos “pelaitos”.

¿Qué le motivó a visitar Mallorca?

En 2019 y de la mano de la Asociación Cultural Estudio 40 yo había venido a Madrid para presentar unos trabajos plásticos y comenzar una gira que me llevaría por Europa. Una colección que denominé “Signos Ancestrales”, inspirada en el arte precolombino y los petroglifos.

Fui invitado de honor con la citada colección en el stand de FITUR de los Indios Koguis, nativos de Sierra Nevada Santa Marta, donde conocí al máximo sacerdote el jefe Mamo y a otros miembros de la tribu indígena que me hicieron saber que se sentían muy identificados con mi obra y además me invitaron a visitar su poblado.

En diciembre de ese mismo año también expuso otras obras de su colección “Destrucción del medioambiente” en la Cumbre Mundial del Clima celebrada en Madrid, un trabajo realizado en óleo.

Ya iniciado 2020 y organizando el proyecto para las exposiciones, me pilló la pandemia en España y no pude regresar a mi país, pasé por Toledo y me impresionó la belleza del paisaje del rio Alberch en Escalona, posteriormente pasé por Elda, por Benidorm donde por primera vez me bañé en el Mediterráneo y lo hice pensando en la canción de Serrat. En alguna ocasión cuando hablaba de las islas de España me confundía con Canarias o Baleares, aunque están ubicadas en diferentes mares. Al final y a través de mi amiga Lucia Duque (quien hoy en día me representa con la empresa Alondra), me decidí por venir a esta isla.

¿Y cuáles son sus prioridades a corto y a largo plazo?

Me vine a España con la intención de mostrar la labor que estamos realizando los artistas colombianos y de cómo se vive la cultura y el arte en nuestro país. Necesitamos atención por parte de nuestros gobernantes y tal vez si hacemos noticiable nuestro trabajo fuera del país, se darán cuenta del potencial artístico de los que hemos nacido allí y que tenemos que migrar para que nos reconozcan.

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¿Cuál es su objetivo con “Signos ancestrales”?

En este caso mi pintura es una minúscula aportación al proceso de investigación que sigue en marcha desde el hallazgo casual de este lugar sagrado, en la Sierra del Chibiriquete, al cual solo tienen acceso los jefes de ciertas tribus amazónicas colombianas. Se están estudiando y descifrando los misteriosos símbolos que nos hacen suponer lejanas y actuales conexiones con otros mundos. Por las formas de los signos estamos convencidos de la veracidad de estos indicios, pero todavía no sabemos hacía donde nos conducen.

La realización de mis obras está basada en lo que me han contado en las largas conversaciones los hechiceros que entran en contacto con los espíritus y en la energía que perciben en el interior de esas concavidades. Te haces a la idea, sueñas, deliras y el pensamiento se recrea, con el uso de esas señales representativas como el jaguar que es el animal sagrado o las almas guardianas de las cuevas.

Corría 2018 y el antropólogo y arqueólogo colombiano Carlos Castaño se encontró supuestamente por azar con la que se ha dado en llamar la “Capilla Sixtina” de la arqueología de América Latina. Su avión tuvo que desviarse de trayectoria y dio con 75.000 pinturas rupestres de más de 20.000 años, supuestamente las más antiguas del continente americano, una colección de murales protegidos de la erosión y casi intactos en un hábitat único, ahora parque nacional de Colombia, declarado patrimonio cultural y biológico de la humanidad por la Unesco en 2018.

Cabe tener en cuenta la curiosidad de que la palabra Chiribiquete forma parte de la lengua karijuna que hablarían durante siglos los indígenas habitantes del sur de Colombia y que significa “cerro donde se dibuja”.

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En el día de hoy nos ha mostrado algunas de sus piezas elaboradas con pirografía, algunos óleos y acrílicos en los que desarrolla toda su técnica extendiendo sus conocimientos y sus inspiraciones, clásicas o abstractas, o figurativas, o surrealistas, pero siempre con la pasión de un hombre entregado a su profesión de artista.

Desde que en Méjico redescubrí lo que significaba para mí la pintura, el arte ha sido imprescindible en mi manera de vivir. Creo que no podría concebir los días que me quedan si no pudiera dedicarme a esa necesidad vital y enérgica que va de lo físico a lo químico, de lo terrenal a lo espiritual.

Habíamos viajando imaginariamente por tierras sagradas de Colombia. Habíamos escuchado las lecciones sobre la polinización, las colmenas, las abejas zánganos, las reinas o las obreras que actúan siempre a favor de la comunidad. En el estudio nos mostró algunas de sus últimas piezas, en las que llama la atención la figura de un penacho en la cumbre de una obra abstracta, o la cabeza de un jaguar protegiendo la entrada de una de las cavernas que atesora arte empírico y ancestral.

Mi compañera de fatigas, Francisca y yo habíamos cumplido con una nueva entrevista. Nos despedimos de Alberto y de sus mistéricas obras.

Textos: Xisco Barceló

Fotografías: Francisca Sampol

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