¡Malditos turistas!

Mi buen amigo José Vicente hace unos cuantos años que vino a trabajar a Mallorca desde la península. Llegó siendo un puto foraster pero en poco tiempo se integró y consiguió quitarse el prefijo y quedarse solo en foraster. El tipo sabe adaptarse y vive como un mallorquín más en un municipio de la Part Forana alimentándose casi exclusivamente de frit, sobrasada y porcella. Pero poco importa la capacidad de adaptación de mi amigo para el fondo de esta historia. Lo realmente importante es que al llegar yo a esta isla hace unos años siguiendo sus pasos, fue él quien me fue explicando todo aquello que todo recién llegado tiene que saber sobre los usos, costumbres y gastronomía de Mallorca. Desde el principio, hay algo que este foraster perfectamente adaptado al entorno que me dejó muy claro: los turistas son  una gente insoportable, vienen aquí a molestar, van de amos de todo y campan a sus anchas por esta isla que mi amigo considera ya tan suya como si fuese de aquí de toda la vida. Y lo peor es que esos malditos turistas no hablan mallorquín. ¡Ni siquiera español! Muchos de ellos ni se esfuerzan en expresarse en nuestras lenguas oficiales. Algo terrible porque queda claro que él, si algún día va a Alemania hará lo posible por hacerse entender. Y estos aquí solo dicen cosas incomprensibles que suenan a insulto. Jargen kainen freinennnn naaaaaaain.

¡Malditos turistas!

El bueno de mi amigo acaba de pasar de ser empleado de un establecimiento comercial a ser el propietario del mismo. Ha pasado de trabajador por cuenta ajena a empresario. Hace poco fui a verlo a su flamante negocio situado en el corazón de una de las muchas zonas turísticas de nuestra isla. Al entrar lo sorprendí repitiendo a viva voz las frases en alemán que reproducía su ordenador. Efectivamente, mi amigo estaba aprendiendo alemán. Y según me dijo orgulloso, ya se defendía lo suficiente como para mantener una conversación básica con un cliente. Mi amigo José Vicente ha entendido por fin que esos turistas con los que no acababa de entenderse son en realidad la base de su negocio y de su prosperidad presente y futura. Una vez aceptado esto, no volvió a quejarse de esos malditos turistas a los que ahora llama clientes y a quienes recibe con una sonrisa en su negocio.

Mi amigo José Vicente es un tipo inteligente. Que sabe qué es bueno para él y para los suyos. Y no tiene problemas en dejar de lado sus prejuicios personales y sentido de la territorialidad para seguir prosperando.

Mi duda es si aquellos políticos que hablan de establecer cupos para limitar la llegada de turistas, o de crear nuevos impuestos a los visitantes con la excusa de compensar los costes que genera el turismo, serán tan inteligentes como mi amigo José Vicente.

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