Andaría yo por los veintilargos y todavía pensaba que el romanticismo existía y por eso quise escribir y una cosa llevó a otra y acabé en una redacción de una televisión picando noticias en un teclado y escupiéndolas luego contra un micrófono. Y tan inocente era yo que cuando la víspera de elecciones el director del medio en el que trabajaba nos dijo que lo mejor que nos podía pasar era que perdiésemos, me pilló de sorpresa. Ni me había planteado que trabajaba en un medio abiertamente inclinado hacia una ideología política, y dado el caso, no veía ventaja alguna en que los “nuestros” perdiesen las elecciones. Pero ahí estaba de pie en medio de la redacción el que era entonces jefe, y por tanto alguien a quien al menos hay que tener en cuenta, explicando que si se perdían las elecciones sería más fácil hacer nuestro trabajo. Hacer periodismo desde la oposición es mucho más cómodo, argumentó.
Pasada la sorpresa lo analicé y me di cuenta no solo de que el hombre tenía razón sino que la máxima podía aplicarse a casi todo. Nada más fácil que sentarse a esperar que el que está al frente tropiece, y ya ni te cuento cuando el que está de brazos cruzados lo está porque no le dejan moverse. En ese caso igual con cada tropiezo del que lleva las riendas, de cara a la opinión pública y sin hacer nada, el amordazado aparenta ser mejor, o más bueno, o tiene más razón. Da igual si es cierto o no. Está amordazado y es bueno.
Y la buena, en este caso buenísima, es la Dama. Tan buena que tiene hasta un Nobel de la paz, nada menos. Aung San Suu Kyi la que fue hasta hace poco líder de la oposición birmana; Un ángel menos dos alas.
No intenté analizar en profundidad la política de Myanmar o Birmania porque carezco de datos suficientes y a Aung San Suu Kyi la conozco casi tan poco como a Kim Jong-un. Digo casi tan poco porque una vez fui a su casa en University Avenue en Rangún. Hacía calor y caminamos haciéndonos los despistados junto al lago y así como nos acercábamos a la casa donde la líder opositora y premio Nobel estaba en arresto domiciliario, cada vez había más soldados armados y más alambradas. Antes de llegar a la puerta nos pidieron que cambiásemos de acera y ahí, tras las alambradas algunos carteles en birmano indicaban el lugar donde resistía la que todos conocen como la Dama. Por supuesto ni entramos ni la vimos.
Ese arresto domiciliario en la casa frente al lago que duró intermitentemente más de 15 años la convirtió en el símbolo de la lucha por la democracia y el Nobel de la paz es uno solo de los reconocimientos que ostenta junto al Sakhorvo por la libertad de pensamiento, el Shaheed Benazir Bhutto por la democracia y la Medalla Presidencial de la Libertad otorgada por EEUU entre otros.
Pero al fin, tras años de espera se disolvió la junta militar y el año pasado se hizo con cuatro carteras ministeriales convirtiéndose en presidenta en la sombra del país (los padres de extranjeros no pueden presidir el país). Y San Suu Kyi ya no está de brazos cruzados en su casa del lago, ahora gobierna y calla. Calle sobre la crisis de los refugiados rohingya que se son expulsados del país de la Nobel de la Paz a la fuerza. 400.000 almas sin nada que echarse encima condenados a mendigar en la frontera de Bangladesh.
Solo cuando Naciones Unidas dijo que estamos ante una limpieza étnica de libro, abrió la boca para ser imprecisa ambigua y no hacer lo condena firme que se esperaba de alguien con un currículum de lucha por los derechos humanos como el suyo.
Durante su cautiverio fue muy fácil imaginar lo que no decía porque no podía y eso le valió un collar de medallas y distinciones. Ahora que puede hablar y no lo hace las medallas se le caen a la Dama. Y es que hacerse un currículum estando en la oposición es más fácil que mantenerlo cuando se está en el gobierno.
Y es que tu silencio sumado a los errores de tu enemigo juegan a tu favor. Pero el día que te quiten la mordaza deberás responder de todo ese crédito que la opinión pública te ha dado.