«Zapatero es un agente de la dictadura de Maduro». Lo decía esta semana María Corina Machado, y no es una acusación desaforada: hoy la colaboración del expresidente con la dictadura chavista es difícil de negar. Incluso el Grupo de Puebla, del que Zapatero ha sido habitualmente lobista, ha marcado cierta distancia con respecto a Maduro tras el descaradísimo fraude electoral. Es decir, la postura de Zapatero difiere, no sólo de la de Gabriel Boric -que directamente ha reconocido la victoria de Edmundo González- sino incluso de la de Lula, AMLO y Petro, que al menos, tímidamente, han pedido transparencia y que se muestren las actas. Incluso contra esta mínima exigencia estuvo zascandileando Zapatero, que intentó convencer a los de Puebla de que no fueran tan tiquismiquis y pensaran en el progreso. Ahora se encuentra en una posición marginal sólo compartida por Cuba y Nicaragua. Y por Rusia e Irán, claro. Y por los cárteles de la droga que gobiernan el país porque conviene no olvidar que la dictadura de Maduro, que Zapatero patrocina, es como la Isla de la Tortuga de los piratas, un santuario desde el que operan tranquilamente el narcotráfico y el crimen organizado.
El pasado martes el ministro Albares compareció en el Congreso para dar cuenta de la posición del Gobierno de España ante las elecciones venezolanas. Estuvo un rato emitiendo palabras, diríase al azar pero con abundancia de «diálogo» y «venezolanos y venezolanas». Vale, pero ¿va a reconocer la victoria de la oposición el pasado 28 de julio? Ah, no, hombre. «Tiene que ser un acuerdo pacífico entre los propios venezolanos», es decir, entre el dictador que ha robado las elecciones y la oposición que está siendo detenida y ocasionalmente asesinada por aquél. ¿Y qué opinión tiene el ministro Albares de Zapatero? Pues muy buena. «El Gobierno valora y aprecia su labor». Y también la valora María Corina Machado añadió con total desfachatez, pues la olímpica indiferencia ante la verdad es una de las señas de identidad de nuestro gobierno. El papel de Albares fue, en suma, penoso, pero conviene recordar que en un sistema autoritario como el sanchismo todos, incluso los más altos cargos, son meros esclavos de lujo del Faraón.
Las razones de la afinidad del gobierno socialista con la dictadura venezolana no son conocidas, pero episodios no aclarados -como el trasiego de las maletas de la vicepresidenta ejecutiva de Maduro por Barajas- legitiman todas las sospechas; tampoco contribuyen a despejarlas los laxos estándares morales –por decirlo suavemente– aplicados por Sánchez en su Gobierno. En todo caso es evidente que Zapatero tiene las puertas abiertas en Moncloa. Y que España muestra una mayor simpatía hacia la dictadura de Maduro que el conjunto de la Unión Europea y la ONU, que acaba de denunciar el fraude. Esta postura lo acerca a la de Podemos, que se apresuró a reconocer el triunfo del dictador y que tiene por allí al profesor Monedero bailando –busquen, busquen los videos y verificando todo lo que haga falta. Y esto se extiende a otros ámbitos públicos: el mismo día en que comparecía Albares ante el Congreso, una comentarista de Podemos acusaba en TVE, la televisión pública, a la oposición venezolana de ser «genocida, sionista y racista».
Los dirigentes de Podemos representan lo peor que ha ocurrido a la política española y ya no se molestan en disimular, pero lo malo es que la famosa ventana de Overton, esa que muestra el paisaje que la gente considera tolerable en cada momento, se ha movido en su dirección debido a los intereses personales de Sánchez. Los votantes suelen adaptar sus convicciones a las posiciones que su partido adopta en cada momento, y los de Sánchez se han acostumbrado a hacer contorsiones verdaderamente asombrosas. Ahora ya aceptan con naturalidad el abandono de la oposición democrática de Venezuela y la cercanía de sus líderes con una narcodictadura, del mismo modo que han contemplado impasibles la destrucción de la igualdad y la solidaridad con la amnistía y el cupo catalán. En un libro sobre la vida de sus padres y abuelos en el nazismo Géraldine Schwarz hablaba de los Mitläufer, los que se dejan llevar por la corriente, aquellos que se adaptan, renuncian a defender lo decente y van normalizando las sucesivas etapas hacia la destrucción. Pues eso.