Los indignados yerran con la proporcionalidad

La protesta de la plaza de España va sobrada de motivos para quedarse allí de por vida. Y cada día es peor. Cualquier día me sumo. Sin embargo, entre sus reivindicaciones hay una con la que estoy absolutamente en desacuerdo: la proporcionalidad en las elecciones. En un país en el que hay infinidad de partidos minoritarios, en un país en el que los pactos de gobierno suelen ser simples chantajes de los más pequeños a los más grandes, aquí donde la cultura política es tan escasa que hay quien vota a Unió Mallorquina porque cuatro periodistas nos han dicho que son nacionalistas de centro, dar más peso a los partidos pequeños como haría la proporcionalidad pura supondría hacer gobiernos más inestables, más a la italiana, menos sólidos, más incapaces de adoptar las decisiones que hay que adoptar. Los gobiernos deben ser capaces de gestionar si es que queremos que se afronten los retos. Deben ser potentes, aunque también tienen que pasar cuentas. Ustedes verán: en este país no hay un problema de exceso de ejercicio del poder sino más bien de lo contrario. Aquí sobran cuestiones en las que estamos pendientes de soluciones. ¿Por qué pasa eso? Porque los gobiernos no son suficientemente fuertes. Hacerlos más débiles empeora la situación. Esto, por supuesto, no le resta razón a los indignados en cuanto al déficit democrático de este país. Por ejemplo, allí están las listas abiertas en los partidos políticos; allí está el derecho de los ciudadanos a opinar sobre temas claves; ahí está el control social entre las elecciones, etcétera.

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