Los incondicionales

Vamos a ver si nos entendemos: las personas llamadas incondicionales suelen ser adeptas a una persona o a una idea sin limitación o condición ninguna; es decir, se trata de gente que cree, a pies juntillas, que su amor por “alguna cosa” es tan absoluto que no requiere de ninguna duda al respecto y, menos aún, de traiciones o infidelidades a esta “idea” perfecta, metafísicamente hablando.

Observo –desde hace ya algún tiempo- que el mundo está infestado de incondicionales, ya sean de un club de fútbol, de un ídolo cualquiera, de un partido político, de una de las innumerables religiones que asolan el planeta y, en contadas ocasiones, de la propia pareja. Y me pregunto yo: ¿cómo se puede ser tan inconsciente de que –sabedores de los millones de mutaciones que sufren, constantemente, las relaciones humanas- existan personas que consideren que “lo suyo” con ese “algo o alguien” no admite ningún tipo de cuestionabilidad (suponiendo que la palabreja de marras exista…) y que, por lo tanto, la ciega admiración que sufre el paciente “amante” no debe ser jamás puesta en duda ni personalmente ni a nivel social? No existe respuesta ninguna puesto que los homínidos y homínidas que pueblan nuestro apreciado mundo pertenecen a la raza de la creencia pura y necesitan “confiar” en cosas que se aparten de la lógica común.

La incondicionalidad se vislumbra como un dogma incuestionable, mágico, impenetrable, místico, casi litúrgico; y los dogmas, ya se sabe, o se creen o no y punto. No están los dogmas para ser discutidos: no son translúcidos, no tienen matices.

El reverso de la moneda de la incondicionalidad es el escepticismo, mucho más sano, humanamente más comprensible, científicamente más riguroso. Ser escéptico es ser real, es practicar la discusión, es plantearse toda persona o idea como si se tratara de humo: nunca se sabe qué hay detrás.

He conocido a incondicionales del Madrid, del Betis, del Mallorca o, si mucho me apuran, de la tan cacareada “Roja”; sé de algunas mentes incondicionales de Rajoy, de Zapatero, de Mas o incluso de Bauzá; existen incondicionales de la novela negra, del cine de terror, de Victor Hugo o de Belén Esteban; del islamismo radical, del judaísmo, y hasta de los mormones o del Opus Dei; del socialismo, del neoliberalismo, de Lerroux o del simpático Aznar … pero, la verdad, creo que no hace ninguna falta llegar a estos extremos. Puede uno tener simpatía por estas personas, grupos, ideas o creencias pero es sano mantener siempre las distancias y no dejarse llevar por la ceguera sin condiciones. Para poner un ejemplo: Bauzá, el expresidente, gozaba de una enorme cantidad de incondicionales a su causa, a su persona, a su gestión; pero, ¡ah, amigos!, una vez el farmacéutico de Marratxí salió escaldado de las últimas eleciones (y ha entrado en el cielo del Senado, gran institución salvavidas) el número de incondicionales ha caído en picado. Muchos de sus fervientes “amantes” votantes o militantes han dejado a su ídolo momentáneo con los ya clásicos pies de barro y lo han lanzado a los leones. Y su herencia, dividida, claro.

Así que, menos adoraciones y más cuidado con dogmas y dogmáticos.

Nota: ser, hoy en día, incondicional del Mallorca merece, sin lugar a dudas, una inmensa corona de laurel… y un par de brebajes refrescantes.

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