Lo correcto

Políticamente: “de manera política” o “desde el punto de vista político” (RAE).

Incorrecto: “no correcto” (RAE).

Correcto: “dicho del lenguaje, del estilo, del dibujo, etc.”; “libre de errores o defectos, conforme a las reglas”; “dicho de una persona de conducta irreprochable” (RAE).

No entiendo nada. ¿Tienen estas definiciones de la Real Academia de la Lengua Española algo que ver con la realidad?

La sustantividad de la expresión “políticamente correcto” esconde una de las mayores censuras que jamás hayan existido. Se trata de la desaprobación de opiniones libres que pueden no encajar con una opción minoritaria que se regula desde un punto de partida autoritario y que pretende desautorizar todo aquello que “distorsiona” su pensamiento. Las llamadas “redes sociales” ejercen una supremacía tal sobre el raciocinio universal que no permiten grises ni matices algunos sobre los que basar una comunicación inteligente ni sensible. Es la gran victoria del analfabetismo colectivo sobre el mundo creado a partir de la Ilustración.

Miedo. Esta, y no otra, es la palabra que atenaza —por tierra, mar, aire e internet— la liberarización del verbo. Existe un ambiente de terror cuando se expresa aquello que brota de la mente humana. Una multitud aberrante de iletrados brincan como orates ante opiniones que, en principio, no se suponen perversas. La tradición no parte de la maldad, aunque no deja de ser cierto que algunas afirmaciones que en su tiempo se consideraban legales, hoy en día, no sólo no han caducado sino que pueden llegar a ser hirientes e incluso ofensivas, humillantes. Pero de ahí a asumir que, determinados colectivos (casi siempre medio anónimos, sino del todo) dicten sus normas dogmáticas hay un buen trecho. Y del dicho al hecho también hay un buen trecho.

Francamente, no sé qué más decir.

Desde un tiempo atrás, he decidido no dar mi personal opinión sobre nada de nada. He dado la guerra por perdida. Me gustan los debates, pero no soporto las discusiones y mucho menos las excusas por pensar diferente. No hablo de nada con nadie. No comento mis pareceres con el común de los mortales, no vaya a ser que esté fuera de aquello que “debe ser” según algunas directrices morales cargadas de ignorancia.

Lo he apostillado anteriormente: sostengo unas ideas firmes y macizas; no estoy, en principio, en contra de nadie; ni tampoco a favor, claro. No siento, personal e íntimamente, actitudes que podrían ser atribuidas al racismo, a la xenofobia, homofobia, al machismo, al totalitarismo político y religioso, al clericalismo (cualquiera que sea), etc. Más bien me considero una persona “amante” de “todo” (con algunas excepciones, eso sí: no soporto las alcachofas, la chulería, la arrogancia, el regetón ni los sustos ni las sorpresas), sin reticencias de ninguna clase, afectuoso y tierno con las personas más débiles, cariñoso con todo el mundo que me rodea y dispuesto a convertir una situación delicada en una tesitura amable; y considero que el humor, el bueno, desinfecta algunos trances dolorosos.

Pero, eso está claro: no puedo con la masa (la misma que invade los campos de fútbol) que pretende darme lecciones de libertad.

Para libertades, la mía. Y a ti te encontré en la calle...

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Un comentario

  1. Yo, sin embargo, estoy de acuerdo con muchas cosas y en contra de muchas otras.
    Sin ir más lejos, estoy de acuerdo contigo en lo que afirmas, que es mejor no expresar la propia opinión si no quieres ser víctima de un acoso. Y sea cual sea la opinión.
    Tengo más de 60 años y nunca me sentí tan oprimido como ahora.
    Por supuesto, alguien habrá que me discuta la afirmación anterior y arranque contra mí. En fin, volviendo al principio, mejor no expresar ninguna opinión.

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