Los Juegos Olímpicos suelen ser escenarios ideales para coronar o denostar deportistas, para magnificar o triturar carreras. Es inevitable pensar que la grandeza de una Olimpiada, en la que todo está escrutado al milímetro, invita a la evaluación exagerada de cualquiera que en ella participe. Así que Londres, que no es ajena a esa máquina de la radiografía, ha señalado con el dedo a Usain Bolt y Michael Phelps. Uno, porque nunca antes se vio a un tipo tan alto correr tan rápido. Otro, porque jamás nadie alcanzó esa cifra de medallas en disciplina alguna.
Bolt, más allá de lo sobreactuado de su personaje, lleva años anunciando que su reto no es ganar oros, campeonatos del Mundo o todos los trials en los que participe, sino convertirse en el primer ser humano que corre los 100 metros por debajo de los 9 segundos. Ni siquiera anda preocupado por lo que le cuesta levantar ese corpachón y empezar a correr. Phelps, del que se dudó incluso hasta de su capacidad para competir, ha bajado la persiana de su trayectoria con otra demostración de fuerza. Su hoja de servicios habla de un nadador legendario. Londres, con días todavía por delante, ya ha señalado a sus ídolos. Enhorabuena.