Hace un par de meses, con el Mallorca metido en el fango y el miedo goteando el entorno, era inconcebible pensar que en la visita del domingo al Bernabéu el equipo de Caparrós se iba a jugar un billete para acceder a Europa. Un fútbol cargado de plomo, resultadista y más bien plano apenas daba para ir sacando adelante algunos partidos, pero no para eliminar esa sensación apocalíptica tan propia del mallorquinismo. Pero un par de victorias después, la afición celebra una temporada histórica. Así es este deporte, que vive de la emoción más que de la paciencia.
Lo cierto es que Caparrós ha logrado transformar la mentalidad del vestuario, que ha podido metabolizar toda la vergüenza que siente por el comportamiento de sus ejecutivos. Bajo el paraguas de su entrenador, la plantilla del Mallorca ha cambiado su estigma perdedor por una fe inquebrantable, con un tramo final trufado de algunas variantes tácticas que han dado un resultado estupendo. Así, el equipo llega a la última jornada con la sensación incluso de que puede meterle mano al Real Madrid y volver a Europa, que le debe una a este club.
No va a resultar tarea sencilla, pero por lo pronto este grupo ha conseguido algo increíble: volver a ilusionar a la grada. Y eso, en una entidad magullada por la historia, tiene mucho mérito.
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