Ley y necesidad

En el círculo de amigos y conocidos que fuman no he escuchado todavía ningún exabrupto contra la ley antifumadores. Sí he escuchado mucho insulto, mucho adjetivo subido de tono, mucha mala leche de dueños y trabajadores de cafeterías que tienen que salir a la calle de vez en cuando para echar un pitillo. El fumador consciente agradece que la prohibición provoque la reducción de su cupo diario, la eliminación de esos cigarrillos de más que forman parte del rito del café, de la cerveza o de la copa larga. Ahora, el café de media mañana o de media tarde es un acto fugaz, una excusa agradable y breve para conseguir el gusto que te empuja a salir inmediatamente a la calle para encender el cigarro. Los fumadores han tomado la calle, los restauradores han agudizado el ingenio en barras de interior-exterior y terrazas acondicionadas para los recalcitrantes que prefieren un resfriado o un conato de congelación a dejar el cigarrillo para la casa. Esta situación nueva y extraña requiere un largo periodo de adaptación a la ley y a la necesidad, porque ni el café, ni la cerveza, ni la tapa, ni el plato ni la copa saben lo mismo en casa que fuera y pagando. Por eso, que los empresarios no se desesperen, que el fumador seguirá con sus hábitos por más que se rebele ante una prohibición absurda por no haber sabido conjugar derechos en espacios con posibilidad de dividir. Es que menos cigarrillos saben mejor. Y si hay que pasar un poco de frío o de calor, pues se pasa. Todo sea por la adicción. O por el placer.

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