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Las tretas de la Navidad

sábado 30 de noviembre de 2013, 22:05h

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Llega diciembre, las luces en las calles y los productos en los comercios nos llaman insistentemente. Fiestas benéficas, números mágicos, décimos compartidos, participaciones, como luces de neón deslumbran en el subconsciente colectivo a la espera de un año nuevo mejor. ¿Por cuántas fases se pasa en la vida de posicionamiento ante la Navidad? Si pudiéramos, seguramente, recuperaríamos el niño o la niña que llevamos dentro para poder repetir la ilusión y la magia, pensar que la vida es un chollo y que todo es gratis. De mayores, los niños también nos sirven como excusa para  poner el belén, la mesa, escribir cartas a los Reyes y adornarnos el alma con guirnaldas de colores. Sin embargo, son fechas duras para muchos. Qué tontería, ¿no? ¿Qué tiene de sádico el diciembre navideño que se regocija sacándonos en duro desfile las deficiencias, las pérdidas, las soledades, las ruinas, las miserias?

Este año he oido varias veces una frase que yo misma pronuncié alguna Navidad que otra: me gustaría dormirme  ahora y despertarme el diez de enero. No quiero sonreir a quien odio, no quiero enfrentarme a mi propia vida, no quiero pensar en mi roja cuenta corriente en la que no queda nada para regalos....

¿Cuál es el problema? ¿Nos ahoga nuestro propio consumismo? Seguramente no es sólo eso. La Navidad no planta ante la realidad desnuda.  Yo hace tiempo que la tengo a raya, lejos de sus grandes y equívocas tentaciones. Como al ego que tantas veces me habla desde mi cerebro complicado. Al segundo porque se nutre de mi propia energía y me agota en pensamientos negativos o por lo menos poco fructíferos. Y a la Navidad porque conozco sus tretas, sus mensajes grabados a fuego en la niña que aunque no recuerdo, seguramente algún día fui. Hay quien dice  que el sexo está mitificado. Discrepo, aunque creo que la Navidad sí lo está. No hay para tanto,  aunque de nada sirve ponerle freno, porque ya saben lo que pasa con las resistencias. Nos queman por dentro y acabamos oliendo a chamusquina. Pero este año tengo un plan. Me dejaré llevar como la hoja por la brisa  o la ola por el mar, aunque suene cursi. Me entregaré en cuerpo pero no en alma, que ésa me cuesta mucho trabajo mantenerla a flote, aún teniendo presente que puede que no exista. Y no le haré mucho caso, aunque ya tenga el árbol, el belén, e incluso los menús más que organizados. Jugaré su juego, pero no abandonaré el mío, que en la desnudez de mi cuerpo y sin adornos  ni ruidos es cuando mejor me siento. Y ése es un logro que me ha costado media vida de llantos y tropiezos. Así que, querida Navidad, déjate de mensajitos de paz y amor: a los míos los quiero siempre y al resto casi que también. Si lo deseas, te canto mil villancicos, pero ni te atrevas a intentar tambalear los cimientos de mi gente, que ya hemos sufrido bastante. Y sobre todo no necesitamos que nos recuerdes lo desgraciados que somos. Traenos un poco de amnesia general, por ejemplo un gas de la risa imaginario. Demuestra tu bondad, que yo... voy a por el disfraz. ¡ Feliz Navidad!
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