Por lo visto, en el pleno del ayuntamiento de Palma de ayer, Eberhard Grosske acusó a Catalina Cirer de ser alcaldesa de la ciudad mientras en algunas áreas bajo su control se estaba robando. Se trata de una afirmación muy dura pero absolutamente correcta; las cosas fueron así y, aunque Cirer no tenga ninguna responsabilidad penal, era la alcaldesa y desde el punto de vista político es quien tiene que cargar con lo que pasó durante su mandato. Cuentan los reporteros que, tras este cruce de acusaciones, la ex-alcadesa salió de la sala llorando pero después se reincorporó ya repuesta. Ahora bien, si aceptamos que podemos señalar con el dedo no sólo a quienes se han llevado dinero a casa, sino también a quienes por ignorancia, comodidad o consentimiento dejaron que las cosas fueran así, Grosske debería incluirse en el listado de acusados, en un lugar no menos prominente que Cirer. Porque Grosske personalmente o como destacado militante de su partido, hizo posible que en Baleares algún partido político cuyos dirigentes están hoy masivamente en procesos penales, llegara al poder. Nunca Unió Mallorquina tuvo los votos para gobernar en ninguna institución de las islas y sólo pudo hacerlo porque Grosske o su partido -con el apoyo o, al menos el silencio suyo- lo permitieron. Y tanto Grosske como su partido, como otros muchísimos políticos, periodistas y funcionarios mallorquines, conocían en grandes trazos qué podía estar pasando, cómo se estructuraban las campañas políticas, cómo se organizaba lo que hoy vemos que era un auténtico saqueo. Es una pena que la valentía que tiene Grosske en decirle a Cirer que ella estuvo al frente de un gobierno municipal con corruptos, no la hubiera tenido en su partido para oponerse a pactar el gobierno de instituciones con partidos que todos sabíamos que no eran ejemplares.
