JAIME ORFILA. La medicina camina de la mano de la vida y se especializa en preservarla. Muchos profesionales, desde todas las partes del mundo, trabajan para aumentar el conocimiento y ponerlo a disposición de todos los ciudadanos.
En estos días, dos noticias bien diferentes, de distinto sentido, de magnitud desigual, han generado un gran impacto de opinión. Solo tienen en común la velocidad de vértigo con el que se genera el conocimiento médico.
En primer lugar, hemos sido testigos de la claudicación ante el paradigma de la prevención. La evolución de las costumbres, las conductas y los hábitos influyen en el desarrollo de enfermedades tanto o más que la propia asistencia médica. Se ha generado una gran conmoción cuando Michael Douglas, el afamado actor de Nueva Jersey, ha informado que el cáncer orofaríneo que sufre se debía a su conducta sexual y no a los clásicos hábitos tabáquico y alcohólico. Ante tal aseveración, no exenta de polémica, y muy especialmente por el impacto del mensajero, han temblado los cielos y se han despertado los miedos. En pocos años, por medio de la observación y con la aplicación del método científico, se ha llegado a la conclusión que los distintos serotipos del virus del papiloma dan lugar a algo más que a las simples verrugas. Tienen capacidad para provocar lesiones con potencialidad para la degeneración maligna. La evolución de las costumbres sexuales van a contrarrestar la tendencia bajista de la frecuencia del cáncer de boca generada por el abandono del hábito tabáquico. Además, a diferencia de antaño, ningún estudiante de microbiología puede ser reprobado por afirmar que el diagnóstico de una enfermedad de transmisión sexual se realiza con una toma de muestra oral.
La otra sorprendente novedad, sustentada en la creatividad, es la que atestigua que el pegamento “superglu” salva vidas. Así como lo leen. En Estados Unidos se ha utilizado para taponar una hemorragia cerebral. La conocida y potente cola adhesiva, en manos de un experto neuroradiólogo, administrada por un catéter del grosor de una mina de lápiz, ha rescatado a un niño de cinco de años de las puertas de la muerte. ¡ Cosas veredes, Sancho, que non crederes !