Decía la madre de Forrest Gump que «la vida es como una caja de bombones, nunca sabes con cuál te vas a encontrar dentro». Y la verdad es que no le faltaba razón.
Siempre me gustó aquella comparación de la vida con una caja de bombones, una comparación que decidí recuperar para el artículo de esta semana, aunque modificándola ligeramente. Dicho pequeño cambio obedeció a que lo que compré hace unos días en el supermercado que hay al lado de casa no fue un surtido de esos dulces, sino una selección de polvorones de marca blanca.
Desde niño, los polvorones que más me gustan son los de almendra, así que estando ya en el súper, me acerqué hasta los estantes específicos de los polvorones y decidí comprar cinco o seis de aquel sabor, más otros tres de canela y también tres de cacao, que introduje en una bolsa ecológica y compostable, que casi se me biodegradó allí mismo, por el elevado peso que al parecer estaba soportando en aquel momento.
Una vez ya en casa, saqué un yogur griego de la nevera y un polvorón de almendra de la bolsa, y me dispuse a comer ambos manjares al mismo tiempo —sí, lo reconozco, soy un poco raro, y no sólo en cuestiones culinarias—. Sólo por curiosidad, miré en el envoltorio del mantecado qué cantidad total de almendra tenía y vi que era exactamente un 6,60 por cien.
Reconozco que me pareció un porcentaje un poco bajo, pero reconozco igualmente que me fascinó por completo que se pueda determinar con tal exactitud, casi milimétrica, la cantidad exacta de almendra que puede contener un polvorón navideño.
Imbuido sin duda por mi espíritu de periodista de investigación, unos minutos después salí de nuevo a la calle, en dirección a un supermercado de otra cadena a la que también suelo ir, para comprar de igual modo unos polvorones de almendra y comparar su composición con la de los mantecados que ya tenía en casa.
En los envoltorios de esos otros polvorones se especificaba que contenían literalmente un 10 por cien de mi semilla comestible predilecta. Tras ese descubrimiento hasta cierto punto inesperado, y emulando a la madre de Forrest Gump, llegué a la filosófica conclusión de que «la vida es como un polvorón de almendra, nunca sabes con cuánta almendra te vas a encontrar dentro».
En esta imagen metafórica, la almendra vendría a ser un sinónimo de los instantes de dicha, de felicidad, de gozo o de paz que puede llegar a haber en nuestras vidas, mientras que el resto de componentes del polvorón equivaldrían a todas las circunstancias dificultosas, duras o poco memorables con que nos podemos encontrar.
El balance porcentual vital puede parecer, en principio, no demasiado compensado ni aleccionador, pues frente a un 10 por cien —o incluso sólo un 6,60 por cien— de buenos momentos, muy posiblemente nos encontremos a lo largo de nuestra existencia con un 90 por cien —o algo más— de instantes que no sean de nuestro agrado.
Pero aun así, de uno u otro modo la vida seguramente siempre acaba valiendo la pena. Es sólo que a veces, para qué negarlo, querríamos que tuviera algo menos de antioxidantes y de grasas, y algo más de azúcar y de almendra.