La urna balear

A tenor de lo que pudimos escuchar en la presentación del trabajo conjunto de Gonzalo Adán y Miquel Payeras, el comportamiento del voto en Baleares no es complejo, sino lo siguiente. Tras un par de años de recopilar datos y estudiarlos detenidamente, ambos coincidieron en la singularidad de las urnas insulares, si nos atenemos a los resultados obtenidos en los 32 años trascurridos desde la primera de las ocho legislaturas autonómicas.

Resulta llamativo conocer que los electores del archipiélago presentan un cuadro histórico de estabilidad en el sentido de su voto, como no hay otra referencia en España. Tampoco tiene parangón el número de votos en blanco o nulos que se mezclan por estos lares con los sufragios válidos. Lo que parecía evidente, a poco que conozcas la idiosincrasia local y repares en los resultados de participación, es el elevado abstencionismo que acompaña cada convocatoria (no solo explicable por el efecto disuasorio de celebrarse el primaveral cuarto domingo de mayo).

El análisis pormenorizado de todo el devenir electoral de nuestra joven autonomía, que ha coeditado el Institut d’Estudis Baleàrics y Lleonard Muntaner, bien merece una lectura sosegada, que nos sirva para reconocer mejor el entorno etológico en que nos desenvolvemos, más allá de la densa recopilación de estadísticas y enunciados matemáticos. Como la segunda parte del exhaustivo trabajo sociológico de Adán y Payeras no merece un comentario “spoiler” que desincentive su lectura, solo me detendré en el diagnóstico que, al bautizarlo en el Arxiu del Regne, se abordó verbalmente con más extensión que recoge el prólogo de su edición impresa: La corrupción sistémica en periodo de crisis ha calado en la opinión pública, germen de la conciencia colectiva compartida en las acampadas del 15M y que está cristalizando en una reacción sin precedentes de la sociedad civil contra el eje izquierda-derecha. Una revuelta  que acabará con el peso específico del bipartidismo y obligará a la clase política a encontrar fórmulas de entendimiento, a varias bandas, inéditas en nuestra democracia. Como consecuencia, esta multiplicidad de siglas en el Parlament Balear, los Consells y muchos municipios forzará la renovación interna de las formaciones convencionales, obligadas por la nueva correlación de fuerzas y el complicado equilibrio del mapa que presumiblemente se dibujará en cinco semanas.  Un escenario desconcertante, no solo porque la abstención y el incremento en el número de candidaturas favorecerían a la derecha, sino porque los partidos de corte estatal ahogarán a los regionalistas y nacionalistas, que podrían diluirse en el marasmo de nuevas coaliciones y agrupaciones de electores.

Mientras los gurús trazan sus últimas estrategias, diseñadas para cambiar tendencias durante la campaña electoral, mi paisano y doctor en psicología social no confía en el efecto terapéutico de la catarsis que se nos avecina, si no recomponemos las desfasadas reglas del juego fijadas en la LOREG y abordamos un cambio real del sistema de elección, proporción y representatividad de los candidatos, así como la responsabilidad y el control de los elegidos. Terapias para la regeneración democrática a la que yo añadiría la necesidad de que los electores asuman un protagonismo activo como únicos beneficiarios de la acción política y no como instrumentos de una maquinaria partidista, que camina mirando de reojo la posible  evolución demoscópica.

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