Permítanme, por favor, que empiece mi artículo de hoy con una profunda reflexión de carácter bucodental, que es que, en cierto modo, mi vida empezó a cambiar de una forma muy profunda cuando hace ya algunos años descubrí primero los cepillos con filamentos limpiadores ultrasuaves y posteriormente el cepillo eléctrico para dientes sensibles.
Mi existencia ya no ha vuelto a ser nunca igual desde entonces. De hecho, si por mí fuera, me lavaría los dientes cada media hora, aun sin comer nada, sólo por sentir una y otra vez el inmenso placer que me provoca tanta suavidad. Fue también en aquellos maravillosos años cuando descubrí el limpiador de lengua, que antes ni siquiera sabía que existía.
Aun así, también es cierto que no conseguí acabar del todo con las encías sangrantes, las caries, las aftas y otras dolencias, que no voy a enumerar ahora una a una por si ustedes me están leyendo justo en el momento del desayuno. Por fortuna, en la actualidad voy a un matrimonio de dentistas excelente, que tras cada visita me deja siempre como nuevo.
Por lo que respecta a los antisépticos bucales, he de reconocer que no me entusiasman en demasía, pues cuando los utilizas parece como si te hubieran estallado de repente dentro de la boca varias pequeñas cargas de TNT. En estos casos, no suele haber nada mejor que hacer enjuagues con manzanilla, una infusión que además es dulce y suave.
En realidad, yo diría que siempre he sido un apasionado defensor de la ultrasuavidad, incluso antes de incorporarla definitivamente a mi higiene bucal. Todo lo que de verdad me gusta debería de ser siempre suave o muy suave, como la lluvia, la ironía, el chocolate con almendras, la melancolía, la música pop, el debate, el abrazo o el roce de una piel.
A veces pienso, además, que en cada ámbito de la vida la suavidad parece tener siempre su equivalente. En la política, sería el consenso. En el trabajo, la colaboración. En el amor, la ternura. Y en las relaciones humanas, la delicadeza. Si hubiera en el mundo algo más de suavidad, seguramente habría también en él algo menos de soledad y de tristeza.