El pasado mes de junio les hablaba en estas mismas páginas (El árbol envenenado de Penalva y Subirán) de la teoría de los frutos del árbol envenenado con relación a la grosera vulneración de los derechos de los justiciables que se había producido en el llamado caso Cursach.
Ayer mismo, mi pronóstico se cumplió en su totalidad. Bartolomé Cursach y Bartolomé Sbert, más otros muchos investigados injustamente por graves delitos, han sido absueltos con todos los pronunciamientos favorables ante la clamorosa falta de pruebas.
Como señaló el abogado de Cursach, Enrique Molina, la acusación ha sido en todo momento -más que temeraria, que también- esperpéntica. Pues bien, el esperpento ha finalizado como era previsible y como podía deducir fácilmente cualquier persona con unos mínimos conocimientos jurídicos.
Por el camino, centenares de miles de euros públicos malgastados (¿contemplará la reforma del delito de malversación que se propone emprender el Gobierno hechos como estos?), al que hay que sumar un inmenso daño al honor de personas con nombre y apellidos y también una erosión reputacional sin precedentes a la institución de la Policía Local de Palma en su conjunto, a quien el propio alcalde situó a los pies de los caballos. Hila va a tener que comerse con patatas las costas procesales de los policías absueltos, aunque la indigestión le sea leve porque lo hará con el dinero de todos los ciudadanos, no con el suyo.
Ya avisamos en junio de que el intento de salvar el proceso por parte de la fiscalía -no digamos ya por parte de las pintorescas y a veces rocambolescas acusaciones particulares-, constituía un auténtico ejercicio de funambulismo jurídico, porque el árbol envenenado no puede jamás dar frutos sanos.
Lo celebro porque, al final, se impone el Estado de Derecho sobre la arbitrariedad, la razón sobre los prejuicios, y la verdad sobre la fama o la leyenda de los personajes.
Quienes realmente pueden comenzar a preparar una defensa con más ahínco del que normalmente les adorna son el exjuez Penalva y el exfiscal Subirán, además de su compañera de fatigas e investigaciones heterodoxas, la inspectora del Grupo de Blanqueo de la Policía Nacional, Blanca -menuda ironía- Ruiz.