El 2 de junio de 2014, el entonces presidente del Gobierno, el popular Mariano Rajoy, compareció ante los medios a las diez y media de la mañana para anunciar, a través de una declaración institucional, la abdicación del Rey. "Buenos días a todos. Su Majestad el Rey Don Juan Carlos acaba de comunicarme su voluntad de renunciar al trono y abrir el proceso sucesorio", explicó de manera serena y tranquila desde el interior del Palacio de la Moncloa.
A lo largo de su breve y concisa intervención —duró tres minutos y treinta y siete segundos—, Rajoy ensalzó la figura de Don Juan Carlos, por haber encarnado "el punto de encuentro de todos los españoles y el mejor símbolo de nuestra convivencia en paz y en libertad". En esa misma línea argumentativa, el presidente del Gobierno recalcó que el Rey fue "el principal impulsor de la democracia tan pronto como accedió al trono" y "su baluarte cuando la vio amenazada", así como también "el mejor portavoz y la mejor imagen del Reino de España por todos los rincones del mundo". Por todo ello, nos dejaba "una impagable deuda de gratitud". Por último, Rajoy expresó su "más firme confianza" en quien constitucionalmente estaba llamado a suceder al Rey, su hijo Don Felipe, que en aquel momento era el Príncipe de Asturias.
Aquella misma mañana, en torno a la una del mediodía, Don Juan Carlos se dirigiría al país a través de un mensaje televisado, para dar a conocer los motivos de su renuncia y también para hacer un balance de sus 39 años de reinado. "Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando", afirmó el Monarca, quien al inicio de su alocución recordó el "firme compromiso" que había adquirido casi cuatro décadas antes, cuando había sido proclamado rey, de "servir a los intereses generales de España".
El principal afán de Juan Carlos I al inicio de su reinado era que los ciudadanos llegaran a ser "los protagonistas de su propio destino" y que España fuera "una democracia moderna, plenamente integrada en Europa". Ambos objetivos se acabarían logrando por completo. "Hoy, cuando vuelvo atrás la mirada, no puedo sino sentir orgullo y gratitud hacia vosotros", subrayó Don Juan Carlos en su mensaje de abdicación, en el que también tuvo palabras de reconocimiento hacia su padre, Don Juan, hacia su hijo y heredero de la Corona, hacia Doña Letizia y hacia su esposa, la reina Doña Sofía. "Guardo y guardaré siempre a España en lo más hondo de mi corazón", concluyó.
En el momento de su renuncia, Don Juan Carlos tenía 76 años, que había cumplido en enero de 2014. Precisamente, había sido a principios de ese año cuando el Rey consideró que había llegado el momento de empezar a preparar "el relevo". La decisión definitiva de abdicar la tomaría poco después del fallecimiento del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, ocurrido el 23 de marzo, un hecho que le afectó muy profundamente a nivel personal.
El anuncio del inminente cambio en la Jefatura del Estado fue apoyado por la mayor parte de la ciudadanía, así como también por el PP y el PSOE, si bien los días 2 y 3 de junio se concentraron miles de personas en varias ciudades de España para reclamar la convocatoria de un referéndum en el que se pudiera elegir entre Monarquía o República como futura forma del Estado.
TRAS LA ABDICACIÓN
Más allá de las razones ofrecidas por Don Juan Carlos para explicar las causas de su renuncia, resultaba innegable que la buena imagen que había tenido la Corona durante más de tres décadas se había ido deteriorando poco a poco a partir de la segunda década de este siglo, sobre todo por culpa de algunos comportamientos de Don Juan Carlos en su esfera privada, pero también por otras causas, como la imputación de la infanta Doña Cristina y de su marido, Iñaki Urdangarin, en el caso Nóos.
Uno de los momentos más delicados para la institución monárquica se había vivido en abril de 2012, a raíz de un polémico viaje de caza del Rey a Botsuana, en donde además se fracturó la cadera derecha tras una caída accidental. El Monarca se había desplazado a dicho país acompañado de la empresaria Corinna Larsen. "Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir", afirmaría Don Juan Carlos el 18 de abril de aquel año, en un gesto sin precedentes.
Una vez hecha ya efectiva la abdicación en junio de 2014, Don Juan Carlos siguió viviendo inicialmente en España, si bien en el verano de 2020 tomó la decisión de abandonar nuestro país, tras la publicación de diversas informaciones que señalaban que habría recibido una donación de 65 millones de euros de Arabia Saudí o que tenía cuentas en el extranjero que supuestamente no habría declarado a Hacienda.
"En cuanto se conocieron estas informaciones, el actual Rey, Don Felipe, adoptó el pasado 15 de marzo una serie de medidas contundentes y sin precedentes. Entre otras decisiones, el Monarca retiró a su padre la asignación anual de los Presupuestos Generales de la Casa del Rey y compareció ante notario para expresar su renuncia a la herencia de fondos que no fueran transparentes", publicaría ABC el 3 de agosto de 2020. Ese mismo día, la Casa Real dio a conocer que Don Juan Carlos había enviado una carta a Don Felipe, en la que le expresaba su deseo de trasladarse a vivir fuera de España ante la "repercusión" que estaban teniendo "ciertos acontecimientos pasados" de su vida privada.
Desde entonces, el anterior Monarca reside en Abu Dabi, aunque en estos últimos años ha realizado varios viajes a España, sobre todo a la localidad pontevedresa de Sanxenxo, para participar en la regata que lleva su nombre. En cuanto a su vida privada, ha vuelto a ser noticia recientemente, después de que el pasado mes de septiembre la revista holandesa Privé publicara unas imágenes inéditas, tomadas en 1994, de Don Juan Carlos y la actriz Bárbara Rey abrazándose y besándose. Con posterioridad, OkDiario ha ido difundiendo unos audios que habrían sido grabados en aquella época, en donde ambos protagonistas hablan sobre diversas cuestiones de carácter personal, político e histórico.
NACIDO EN EL EXILIO
Los libros que se publiquen a partir de ahora sobre la figura de Don Juan Carlos tendrán en cuenta, muy posiblemente, los nuevos datos biográficos que se han ido conociendo sobre él a lo largo de la última década y en especial en este 2024, unos datos que, en cualquier caso, no modificarán los que ofrecieron excelentes libros previos, como El piloto del cambio. El rey, la Monarquía y la transición a la democracia, publicado en 1991 por el historiador Charles T. Powell, o Juan Carlos. El rey de un pueblo, publicado en 2004 —y actualizado en 2012— por el también historiador Paul Preston.
Con sus luces y sus sombras, la biografía del hoy rey emérito ejemplifica hasta qué punto fue convulsa la historia de España durante buena parte del siglo XX. Cabe recordar, en ese sentido, que la Familia Real había abandonado nuestro país entre el 14 y el 15 de abril de 1931, tras la proclamación de la Segunda República. "Quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil", había escrito el rey Alfonso XIII horas antes de su marcha, que suponía renunciar a la Jefatura del Estado, pero sin una abdicación formal.
Don Juan Carlos nacería el 5 de enero de 1938 en el exilio, en Roma, en un momento en el que, pese al noble deseo expresado por su abuelo en 1931, España se estaba desangrando en la Guerra Civil. El enfrentamiento armado se había iniciado tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y concluiría con la derrota del bando republicano el 1 de abril de 1939. A partir de aquel momento, se instauraría en España una dictadura, presidida por el general Francisco Franco. Un año después, en 1940, Franco ordenó la construcción del Valle de los Caídos, un mausoleo cuyo sentido originario era "perpetuar la memoria de los caídos en nuestra Gloriosa Cruzada", aunque finalmente serían enterrados en ese espacio funerario combatientes de ambos bandos de la Guerra Civil.
Al inicio de la dictadura, la Familia Real seguía viviendo todavía en Italia, si bien en 1946 Don Juan y Doña María de las Mercedes —padres de Don Juan Carlos— decidirían instalarse junto con sus hijos en la localidad portuguesa de Estoril. Desde hacía un lustro, Don Juan había pasado a ser el pretendiente legítimo de la Corona de España, con el título de Conde de Barcelona, después de que su progenitor, Alfonso XIII, le hubiera cedido sus derechos dinásticos el 15 de enero de 1941. Sin embargo, los reiterados intentos de Don Juan de restaurar la Monarquía en su persona chocarían una y otra vez con la oposición de Franco.
El único acuerdo de calado al que llegarían Don Juan y Franco, cuyas relaciones serían casi siempre bastante tirantes, se produjo el 25 de agosto de 1948. Aquel día, ambos se reunieron a bordo del yate Azor, en aguas del Golfo de Vizcaya, y pactaron que ese mismo año Don Juan Carlos se trasladaría a España, donde estudiaría y se formaría militarmente.
Unos meses antes, en julio de 1947, había entrado en vigor la Ley de Sucesión, que si bien estipulaba que España quedaba constituida en Reino, también determinaba que la Jefatura del Estado seguiría en manos de Franco, quien podría proponer a las Cortes a la persona que estimase que debería sucederle, "a título de Rey o de Regente". Con posterioridad, en 1967, entraría en vigor la Ley Orgánica del Estado, una norma que, por vez primera desde el final de la Guerra Civil, tenía una cierta intención aperturista. Ambas leyes fueron dos de las siete Leyes Fundamentales que se aprobarían durante la dictadura. Las Leyes Fundamentales eran, esencialmente, las normas institucionales básicas sobre las que se sustentaba el régimen franquista.
"DE LA LEY A LA LEY"
Tal como se esperaba, a mediados de 1969 Franco propondría finalmente a Don Juan Carlos como su sucesor, con la denominación provisional de Príncipe de España, siendo designado como tal por las Cortes el 22 de julio de aquel año. El principal valedor de esta elección había sido el almirante Luis Carrero Blanco —hombre de la máxima confianza de Franco—, que sería nombrado presidente del Gobierno en junio de 1973. Apenas medio año después, el 20 de diciembre, Carrero Blanco sería asesinado por la banda terrorista ETA, en la calle Claudio Coello de Madrid. Se trató, además, del quinto magnicidio de un presidente del Gobierno en la historia de España, tras los asesinatos del general Prim, Cánovas del Castillo, José Canalejas y Eduardo Dato.
El sucesor de Carrero Blanco fue Carlos Arias Navarro, quien, en función de su cargo, sería la persona que el 20 de noviembre de 1975 anunciaría en Televisión Española la muerte de Franco. Dos días después, el 22 de noviembre, Don Juan Carlos sería coronado Rey en las Cortes. "Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional", expuso en su primer discurso ya como Monarca. Asimismo, defendió que uno de los deberes fundamentales de la Corona era el "reconocimiento de los derechos sociales y económicos" de los españoles, para permitir "el efectivo ejercicio de todas sus libertades".
El Rey quería, en definitiva, que España transitara lo más rápido posible de una dictadura a una democracia, en sintonía con los anhelos de la práctica totalidad del pueblo español. Sin embargo, las dudas de Arias Navarro sobre cómo hacer efectivo ese cambio y la existencia aún de las Leyes Fundamentales del franquismo parecían ser entonces dos obstáculos casi insalvables para poder alcanzar en breve la ansiada normalización democrática. En ese contexto, Don Juan Carlos forzó la dimisión de Arias Navarro, que se produjo el 1 de julio de 1976, y nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez dos días después, con la ayuda y la complicidad del entonces presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda.
Don Juan Carlos, Suárez y Fernández-Miranda coincidían en su visión sobre el futuro de España, un futuro plenamente democrático, pero fue sobre todo Fernández-Miranda quien tuvo la clarividencia de ver que las Leyes Fundamentales del franquismo sólo podrían ser derogadas —total o parcialmente— con la aprobación de otra Ley Fundamental, que necesariamente debería ser transitoria, como antesala a la elaboración en el futuro de otras leyes ya inequívocamente democráticas. Fernández-Miranda consideraba, con razón, que para poder deshacer por completo y de manera irreversible el pétreo andamiaje institucional del franquismo era necesario ir "de la ley a la ley". Con esa fórmula, el presidente de las Cortes intentaba evitar que pudiera descarrillar por la derecha o por la izquierda el recién iniciado proceso hacia la democracia.
Precisamente, la última Ley Fundamental que vería la luz en nuestro país sería la denominada Ley para la Reforma Política, inspirada por Fernández-Miranda y defendida a la perfección por Suárez y por los componentes de su primer Gobierno. Suárez presentó el proyecto de ley de esta norma en unas Cortes aún completamente franquistas, que aun así la acabarían aprobando el 18 de noviembre de 1976, con 425 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones. El texto sería sometido a referéndum el 15 de diciembre de ese año, logrando el respaldo del 94,2 por cien de los votantes con una participación del 77,4 por cien del electorado. Siguiendo los nobles y conciliadores consejos de la hoy mítica canción Habla, pueblo, habla, del grupo Vino Tinto, el pueblo español había hablado.
EMPIEZA LA TRANSICIÓN
La Ley para la Reforma Política sería promulgada el 4 de enero de 1977, por lo que el sendero hacia la democracia parecía estar entonces bastante bien encaminado, pero en el fondo no era así, sobre todo por culpa de la barbarie terrorista. En 1976, ETA había asesinado a 17 personas. Por su parte, el GRAPO había secuestrado el 11 de diciembre de ese año al presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo. Unas semanas después, el 24 de enero de 1977, el GRAPO secuestraría también al teniente general Emilio Villaescusa. Ese mismo día, por la noche, un comando ultraderechista irrumpió en un bufete de la calle Atocha de Madrid y asesinó a cuatro abogados laboralistas y a un administrativo.
Los negros presagios de una posible involución se hicieron entonces más patentes que nunca, pero, afortunadamente, no se cumplieron. En aquellas horas trágicas y críticas, la práctica totalidad de la sociedad española mantuvo un comportamiento cívico ejemplar, lo que contribuyó de manera decisiva a que pudiera seguir adelante el proceso democrático. Así, el 8 de febrero el Gobierno aprobó el decreto ley sobre el derecho de asociación política, que posteriormente permitió la legalización de todos los partidos políticos, incluido el PCE, que el 14 de abril anunció que aceptaba la Monarquía y la bandera rojigualda. Un día después, el Ejecutivo convocó elecciones generales para el 15 de junio de 1977. En los citados comicios, la victoria fue para la UCD, que lideraba Suárez, por lo que continuó como presidente del Gobierno.
Esas Cortes constituyentes, en las que el PSOE de Felipe González era la segunda fuerza política, fueron las encargadas de redactar una nueva Constitución, que sería aprobada por el Congreso y el Senado el 31 de octubre de 1978, y ratificada luego en referéndum el 6 de diciembre de ese año por el 87 por cien de los votantes. La entrada en vigor de la Constitución supondría, por otra parte, la derogación definitiva de la Ley para la Reforma Política y de todas las Leyes Fundamentales del franquismo.
La nueva Carta Magna establecía en su artículo primero que "la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria". En aquel momento ya no existía ninguna duda de que Don Juan Carlos seguiría ejerciendo como Rey, pues su padre había renunciado de manera oficial a sus derechos históricos a la Corona el 14 de mayo de 1977, en un acto solemne que tuvo lugar en el Palacio de La Zarzuela.
Nuestro país contaba por fin con una Constitución nacida del consenso, pero la democracia española seguía siendo aún muy frágil, como se demostraría en 1981. En los tres años anteriores, entre 1978 y 1980, ETA había intensificado su actividad terrorista y había asesinado a un total de 244 personas, la mayoría de ellas militares, policías y guardias civiles. Por otra parte, la situación política se iba deteriorando día tras día, sobre todo por las fuertes disensiones internas que había en el seno de la UCD, que seguía siendo el partido gobernante. En ese contexto, Suárez presentaría su dimisión el 29 de enero de 1981. Un mes después, el 23 de febrero, se produciría un intento de golpe de Estado, iniciado con el asalto al Congreso por parte del teniente coronel Antonio Tejero y abortado horas después por el Rey.
"La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum", afirmaría Don Juan Carlos en la madrugada del 24 de febrero en un mensaje televisado dirigido a toda la nación. Un día después, tal como estaba ya previsto, sería investido presidente del Gobierno el centrista Leopoldo Calvo-Sotelo. En los años siguientes ocuparían ese cargo el socialista Felipe González (1982-1996), el popular José María Aznar (1996-2004), el socialista José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) el popular Mariano Rajoy (2011-2018) y el socialista Pedro Sánchez, que desde 2018 es el presidente del Gobierno.
UNA NUEVA ETAPA
Don Felipe fue proclamado Rey el 19 de junio de 2014, tras jurar la Constitución ante las Cortes. A su lado se encontraban en aquel momento Doña Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía. "Inicio mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona, consciente de la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el futuro de España", indicó en su primer discurso, en el que tuvo palabras de gratitud y respeto hacia Don Juan Carlos y Doña Sofía. A continuación, expresó su convicción de que la Monarquía Parlamentaria "debe estar abierta y comprometida" con la sociedad a la que sirve.
"La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social", recalcó seguidamente, defendiendo también la necesidad de "una Monarquía renovada" para un tiempo nuevo. Con esas palabras, Don Felipe demostró ser muy consciente de lo que la sociedad española esperaba de él tras la abdicación de Don Juan Carlos.
"Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y mi esfuerzo diario, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey", subrayó Felipe VI, que concluyó su intervención dando las gracias en las cuatro lenguas oficiales del Estado.
Transcurrida ya una década desde aquella jornada histórica, hay hoy un consenso generalizado a la hora de reconocer que en estos últimos años la Corona ha ido recuperando de manera paulatina la mayor parte del crédito del que llegó a gozar en sus mejores momentos. La prudente actuación del Rey ante el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 en Cataluña o su capacidad de interlocución con formaciones abiertamente republicanas como Podemos o Sumar, que además han formado parte por vez primera del Gobierno de España, son dos hechos que han contribuido a la mejora de la imagen global de la Monarquía.
Mucho más recientemente, el 31 de octubre del pasado año, la Corona vivió otro momento significativo, pues también Doña Leonor juró la Constitución ante las Cortes, en su caso al haber cumplido la mayoría de edad. "Juro desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas, así como fidelidad al Rey", afirmó la Princesa de Asturias, ante la atenta y orgullosa mirada de sus padres.
Siendo ya Rey, en octubre de 2018, Don Felipe había dicho en Palma al recibir el Siurell de Plata del diario Última Hora: "No soy nacido aquí, pero casi, casi". De ese modo, quiso recordar la estrecha vinculación que desde hace cincuenta años ha ido manteniendo la Familia Real con Mallorca, tanto por sus estancias estivales en el Palacio de Marivent como por su participación en la Copa del Rey de Vela. Todo ello tal vez ayude a entender un poco mejor por qué los mallorquines hemos sentido y seguimos sintiendo un cariño muy especial hacia Don Felipe, hacia ese Rey "casi, casi" mallorquín al que desde niño vimos sonreír, jugar y crecer.
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