Al igual que Gregorio Samsa, protagonista de la homónima obra de Kafka, Pedro Sánchez ha experimentado una progresiva transformación que nos obliga a mantenerle a él y a su copiosa pléyade de adláteres con los cada vez más escasos réditos de nuestro trabajo.
De líder de un partido sistémico -como era hasta no hace demasiado el PSOE-, nuestro presidente ha mutado a garrapata política del Estado, lo que le asegura el sanguíneo alimento que le proporciona el sistema circulatorio de todos los españoles.
Pero la verdadera metamorfosis no es tanto la de Pedro Sánchez en tanto que individuo, como la de su partido. La deriva autoritaria e infecciosa de los socialistas es altamente preocupante. La colonización de todo cuanto organismo público estatal era susceptible de ser puesto a servir a los intereses partidistas constituye un síntoma del escaso aprecio que esta izquierda, supuestamente moderada, siente por el sistema de democracia parlamentaria.
La lista es larga: el CIS, el INE, el CNI, el Consejo General del Poder Judicial, Correos, la Fiscalía General del Estado, etc. Todo cuanto organismo estatal controla alguna parcela de poder o maneja información sensible ha sido sometido a los designios políticos del jefe del PSOE, mediante el simple método de poner al mando a algún estómago agradecido y acabar así con cualquier mínimo signo de independencia y profesionalidad.
A Sánchez le repugna, además, el Parlamento. Él solo se se escucha a sí mismo y a quienes le adulan a diario, aunque sea únicamente porque el líder les proporciona un sustento que tarde o temprano se acabará, momento en que será descuartizado por los suyos.
El desprecio de que ha hecho gala el presidente hacia los grupos parlamentarios que representan la pluralidad política española en todo lo relacionado con nuestra política exterior no tiene precedentes.
Si esto mismo lo hace Putin, con razón se le acusa de fascista (o de comunista, que es exactamente lo mismo). Si lo practica Sánchez, en cambio, sin ningún atisbo de pudor sus voceros lo glosan como el colmo de la modernidad progre.
Ahora que a lo lejos comienzan a soplar vientos que parecen anunciar un cambio de ciclo, la única esperanza que pueden albergar los ciudadanos -sean de las ideas que sean- es la de que la alternancia acabe con ese virus potencialmente mortal.
Porque, mientras tanto, en la España democrática de 2022, el PSOE ha dejado de ser una garantía de estabilidad para transformarse en una grave patología de un sistema cuya salud pende de un hilo.