Como es tradicional, el sorteo de Navidad de este año ha movilizado a millones de ciudadanos que han adquirido décimos y participaciones con el mismo afán de conseguir un premio que les alivie de problemas, deudas e hipotecas. Pero este año la gran fiesta de los bombos y los niños cantarines de San Ildefonso se ha desarrollado con un veinte por ciento menos de ilusión.
La decisión del ministro Montoro de que Hacienda se quede con un veinte por ciento de los premios de más de 2.500 euros supone un evidente golpe a la magia de fecha tan señalada. Cabe esperar que don Cristóbal no hará lo propio con los Reyes Magos cuando traigan los juguetes a los niños y les incremente el IVA.
Hay que reconocer el gran trabajo redistribuidor de la riqueza que hace Hacienda en beneficio de los más desfavorecidos. Pero este Ministerio tiene a su alcance no menos de quinientas fórmulas diferentes para recaudar o conseguir recursos sin tener que pegar el tijeretazo al sorteo de Navidad.
Muchísimos de los que han comprado décimos son personas que han tenido que hacer un esfuerzo para comprarlos. De hecho, sus sueños son infinitamente más importantes que las posibilidades reales que tienen de salir favorecidos. Pero tanto encanto no casa al tener que superponerlo a la omnipresencia de Montoro. Sólo pensar que el veinte por ciento ya está perdido antes de comprar el billete ya desanima y enfría al personal.
Sería conveniente, de cara a próximos sorteos, que Hacienda haga el sacrificio de no interferir en los premios. Al menos no con una tajada tan significativa. Sería beneficioso para todos, ya que con menor intervención del Fisco más ganas habría de comprar fantasía. Porque a ese paso, ni la Diosa Fortuna será capaz de cambiar el destino de las personas a las que toca si hasta los sorteos más tradicionales se han de celebrar bajo la palangana de Montoro.
Las Navidades son un intento colectivo de búsqueda de la felicidad, o al menos de la dicha que ofrecen unos días especiales. No es justo ni apropiado cortarles parte de sus alas a la hora de la esperanza de los premios. Una esperanza que no tiene precio.