La gran mentira

Estamos recubiertos de mentira por todos nuestros costados. Ya no se trata exclusivamente de soportar a ministras que insultan a compañeros de forma impune, dando fe cuasi notarial mediante grabaciones; o de calificaciones de desastres incendiarios visionado en la tele o en el wasap ambientadas con declaraciones relativas a la posibilidad de visitar Barcelona con plena normalidad, haciendo oídos sordos al «¡Válgame, Dios!, surgido en los hogares de millones de españoles ante las imágenes televisivas, que incluyen hasta motosierras. Y dentro de tal «normalidad», resuena el grito que animando a la «anormalidad», para lograr el objetivo de las hordas incendiarias.

Pero, no, el verdadero problema no es el separatismo catalán. El quid de la cuestión es el socialismo y sus políticas nefastas desde el mismo instante de su fundación. Ninguna idea, ningún personaje que haya transitado por su historia puede reconocerse adornado por la mayor de las humildades, la verdad. Su interés es siempre el mismo. Desde Largo Caballero hasta el mismo Sánchez, el socialismo español se ha regido por los mismos parámetros; el alcance del poder a cualquier precio, manteniéndose en él a costa de cuanto le sea útil, incluida la ayuda del anarquismo, como ahora el separatismo. Si hay que cambiar leyes, si hay que manipular tribunales, si hay que manejar prensa, televisión, si hay que comprar votos con promesas de trabajo, no hay problema alguno. Para el socialismo, la alcaldesa de Alcorcón o de Móstoles o de Albaida del Aljarafe, son líderes del nepotismo a imitar.

En segundo lugar, la cobardía enmascarada por una falsa prudencia. Los desastres de toda Cataluña no merecen de un gesto de osadía, de realidad, en fin, reconociendo que nos hallamos ante un golpe de Estado, real, planificado por un grupo perfectamente sincronizado y ansioso de alcanzar el objetivo; arrinconar al Estado español, gozando del aplauso y dineros de la Generalitat. Aludir a una cuestión de orden público, con un coste superior a dos millones de euros en destrozos de mobiliario urbano, y desconocido todavía en perjuicios económicos en la ciudadanía, es una grandiosa mentira, con el rebozo de la hipocresía. Una hipocresía que, inauditamente, queda al descubierto cuando el presidente, siempre en funciones electorales, con la compañía de un medroso ministro en funciones de Interior, se acerca a Barcelona rodeado de seguridad, de metralletas y maletines para resguardarse de las balas producto de «desorden público», mientras se oye el grito de «Apretad, apretad» del presidente Torra.

Y en tercer lugar, egolatría y cobardía, se sienten acompañadas de un revanchismo anticatólico. El odio que destila Sánchez contra la iglesia es heredero de aquella tragedia que asoló las iglesias, los conventos, los seminarios e incluso los cementerios de España en el bienio del gobierno de Azaña. Había quedado en el recuerdo privado, íntimo, tanto de un bando como de otro, sin embargo, ZP lo resucitó y ahora, Sánchez lo ha exhumado en toda su crudeza. El socialista engreído puede sentirse satisfecho de haber logrado que, con el izado en helicóptero de un ataúd, haya levantado también una historia que permanecía entre los pliegues del olvido. Ha provocado con su revanchismo, con su rechazo implícito a la Transición y lo que significó para unas pasadas generaciones, que, las actuales, las más recientes les pregunten a aquellas que quién fue Franco. Todo un éxito. Porque a esa pregunta siguen otras, relativas a Largo Caballero, a Besteiro, a la rebelión de Asturias, a Prieto, o a Companys. Y surgen las mentiras sobre las cuales se han matriculado socialismo y nacionalismo actuales; la cristo fobia socialista, el revanchismo guerra civilista y las falsedades de un nacionalismo surgido de veinte tantos años de educación inmersa en la tergiversación de la historia, hasta el punto convertir en héroes a simples traidores.

Un ejemplo: José María Xammar i Sala (1901-1967), independentista y líder del Partido Nacionalista de Cataluña, que se fusionó en 1936 con la formación Estat Catalá, se refiere a Companys con estas palabras: «Me alejé de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente, sino un granuja dispuesto a mantenerse en el cargo aun a costa de la propia y ajena dignidad y, sobre todo, a costa de la dignidad de su patria». Al personaje en cuestión la semana pasada se le depositaron flores y alabanzas por parte de ese esperpento que se supone gobierna en Cataluña. Un personaje, Companys, que no tuvo empacho en aprobar que fueran asesinados 16 poetas, 36 nobles, 48 médicos, 47 periodistas y 199 militares. Juntamente con 4 obispos, 1.542 sacerdotes e incontables laicos por el grave delito de ser católicos, ir a misa o pertenecer a alguna asociación religiosa, o como el Alcalde de Lérida fusilado por haber autorizado una Cabalgata de Reyes Magos en su ciudad. No resulta extraño que, en 1938, solamente las dos capillas privadas de la delegación vasca en Barcelona pudieron abrirse al culto.

En el trasfondo de todo ello hay una verdad que es odiada por el socialismo; la esencia de la democracia es la convivencia, no la ley que debe configurarla. Y Sánchez ahora, ZP antes, y Rajoy entre ambos, han permitido que se desvanezca al tiempo que se desgañitaban explicando el pueblo que España es un Estado de Derecho, en el cual, empieza a ser muy complicado convivir.

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