La fórmula mágica

Cada cierto tiempo solemos descubrir cambios en las fórmulas de algunos de los productos que compramos en el súper con regularidad. Así ha ocurrido por ejemplo en el caso de mi pan de molde favorito, pues le han añadido vitaminas, han conseguido que sea más esponjoso e incluso han logrado que se mantenga fresco durante muchos más días, meses e incluso años. En el caso de los productos lácteos o con soja que suelo comprar, las mejoras se han producido quitando azúcares, añadiendo frutas o eliminando materia grasa. Otra gran conquista dietética, a un nivel ya más general, ha pasado a ser la ausencia casi absoluta de sal, colorantes o conservantes en no pocos alimentos. Si aun así no consigo apenas adelgazar ni tampoco que me baje la tensión, seguramente debe de ser ya porque no quiero o porque no he puesto hasta ahora el suficiente interés.

Si pensamos ahora en otras secciones del súper también muy visitadas, podemos dar fe de los cambios que ha habido igualmente en productos como los champús, los jabones, las colonias, las cremas, los lavavajillas o los detergentes. En esos productos las mejoras parecen haber costado un poco más, según podemos leer en los envases, que nos hablan del gran trabajo realizado por cientos de expertos durante años para conseguir que nuestra piel o nuestra ropa estén más suaves y huelan mejor, o para que nosotros resultemos mucho más guapos y atractivos a ojos de los demás. En ese sentido, es posible que en algunos casos las expectativas previamente creadas en nuestra mente no acaben de coincidir del todo con los resultados finalmente logrados.

Por otra parte, podemos reseñar hoy también que en determinados productos de todas las secciones hay fórmulas que permanecen siempre inalterables, o incluso secretas, como ocurre en el caso de la Coca-Cola. Asimismo, hay productos en los que, por razones quizás de añoranza del pasado, se opta por volver a la fórmula originaria o tradicional, una decisión que hace que esos productos específicos sean, ay, un poco más caros. Ya decía don José Luis de Vilallonga que la nostalgia es un error.

Fuera ya del supermercado, en nuestra vida cotidiana, nos encontramos cada vez más a menudo con nuevas fórmulas en casi todo, ya sea en los medicamentos que nos venden en las farmacias, en las hortalizas transgénicas que podemos comprar en los colmados o incluso en las instrucciones de uso de nuestros nuevos electrodomésticos. Las únicas cosas que no parecen cambiar nunca, por muchos años que pasen, son los remedios sanitarios caseros y las fórmulas de los conjuros amorosos, que todavía hoy suelen ser de éxito casi siempre asegurado.

Hay también, por último, fórmulas que se vienen buscando desde hace ya muchos siglos, aunque de momento todavía sin resultados constatables, como por ejemplo la de cómo llegar a ser rico sin trabajar demasiado o incluso sin trabajar directamente, o la de cómo poder llegar a encontrar la felicidad plena. De las dos fórmulas, quizás la que más me interese ahora mismo sea básicamente la primera.

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