Lo que no ha conseguido la dura crisis financiera, ni están consiguiendo los movimientos independentistas de algunos territorios, lo está consiguiendo la grave crisis migratoria que estamos sufriendo: Europa se resquebraja.
Uno de los principios fundamentales de la Unión Europea es la libre circulación de ciudadanos dentro de sus fronteras, fruto de los acuerdos firmados en la ciudad luxemburguesa de Shengen en los ochenta y en vigor desde 1995, se está viniendo abajo. Hungría y Alemania han dado el primer paso y luego han venido las medidas especiales de otros países de la zona.
Esta vuelta atrás en los avances conseguidos en la Unión Europea, aunque sea finalmente de carácter temporal, no es más que una medida chapucera y desesperada de los países miembros ante una crisis humanitaria que está desbordando todas las previsiones. El cierre de fronteras, ya sea total o parcial, no es más que un tratamiento a base de analgésicos contra una gravísima enfermedad degenerativa. Ni siquiera sirve para paliar los graves síntomas de la misma y además agrava el terrible drama humano que millones de familias sirias, gente de bien, están padeciendo.
Europa ha fracasado en su gestión de esta crisis, mientras Estados Unidos mira hacia otro lado pese a ser en buena parte responsable de la situación actual por su cuestionable política de intervención en Oriente Próximo. Unos y otros saben que el problema no está en las fronteras europeas, sino en Siria, donde en tres años de guerra civil se han producido ya tres millones de refugiados y casi seis de desplazados dentro del país.
El régimen sátrapa y belicoso de los Al-Assad, los rebeldes terroristas contra los que lucha pasando por encima de la población sin dudarlo y el nacimiento e irrupción del terrorífico Estado Islámico, son un coctel mortal del que cualquier ser humano querría escapar. Siria es un polvorín. Y los sirios, las víctimas. Por eso huyen a Europa.
Llegados a este punto no hay más solución que una coalición internacional liderada por la Unión Europea y Estados Unidos se alíe con el mal menor, el líder sirio Bashar al-Asad, para acabar con la guerra civil en el país y de paso, barrer del mapa a los terroristas de ISIS que suponen una amenaza no solo para Oriente Próximo y Europa, sino para todo el planeta.
Sin embargo el buenismo reinante en el mundo occidental no acaba de tomar decisiones sin duda necesarias. Nadie quiere dar el paso al frente y ponerse a la cabeza de una operación militar terrestre a gran escala. Una operación que sería carísima e impopular. Pero pienso, y ya les digo que soy más bien antibelicista, que la inacción en este caso va a costar más vidas y sufrimiento que la acción militar decidida, internacional y coordinada.