La delación, según San Bárcenas

Ayer empezó en Madrid un juicio contra Luis Bárcenas, el cual en su tiempo fue el tesorero y el fariseo del PP. En esta causa por la que se le juzga, las acusaciones, incluida la pública, piden unos cinco años de prisión, que ya está bien por no haber ejercido ningún tipo de violencia.

Bárcenas, que a estas alturas debe ser un señor con el colmillo retorcido y al borde de la desesperación o ya desesperanzado, y que durante años ha sido el arma arrojadiza de la izquierda contra el partido del que les hablo, ha pasado de villano a héroe, pues ha visto las orejas al lobo y ha decidido contar cosas a la Fiscalía para que esta pueda iniciar un caza mayor. La información que puede transmitir, en manos del Gobierno y sus acólitos, puede ser una gran manera para cubrir sus vergüenzas. Ya saben de quién depende la Fiscalía, dijo el Presidente, dejando muy en entredicho años de independencia y prestigio. Pero Sánchez Castejón es un buldócer, todo lo arrasa.

La delación no es gratis, como todo en la vida. La Fiscalía hace algún tipo de cesión, a cambio de información que señala un objetivo del Ministerio Fiscal y contra el que estos no han sido capaces de formalizar una acusación; es decir, hace el trabajo sucio de dicha acusación pública.

No cuestiono, desde el punto de vista jurídico, la existencia de esa figura, e incluso les diré que profesionalmente la he usado y me parece positiva si con ello beneficias a un defendido. Si bien también es verdad que he vivido alguna situación en la que se rozaba la más absoluta inmoralidad.

En este pequeño país nos hemos cansado de ver delaciones cuyo objetivo no era otro que conseguir condenas de quien fue presidente. Incluso se impuso una condena, según mi humilde entender, ejemplarizante y excesiva a uno de sus consellers sin encontrar el cadáver.

Probablemente, la primera delación que conocemos es la de Judas Iscariote, que vendió a su Maestro, a Jesucristo, por treinta monedas. Siempre hay un precio, como les decía, y siempre lo paga el que quiere acusar y no sabe cómo hacerlo y debe construir aquello que hoy en día se ha venido en llamar el relato.

Pero la cuestión que ahora planteo es ¿por qué vale más la palabra de Bárcenas que la de Rajoy, a día de hoy? Les decía que Bárcenas ha pasado de villano a héroe por el mero hecho de decir determinadas cosas contra su anterior presidente, ya saben, ese señor del que les hablo. ¿Quién garantiza que ahora es cuando dice la verdad y no antes?. Incluso podríamos cuestionarnos ¿qué es la verdad? ¿Existe?

Sé que no está de moda, pero yo me creo más al señor Rajoy, por eso de la presunción de inocencia, que no es más que un tema menor. Me parece una persona seria, y como buen jurista que es, conocedor de la legalidad de sus actos. Y, además, porque el señor Bárcenas es un tipo que se mueve bien en las cloacas del Estado, y que está intentando, en el último minuto, ahorrarse unos años de prisión. Eso, a mis ojos, ya demuestra una desesperación que le harían reconocerse autor del asesinato de Kennedy, de cualquiera de los dos.

Dicho esto, y al tratarse de personajes de notoriedad pública, me da la impresión de que a muchos profesionales de la comunicación y a algunos mass media les iría bien unas clases de ética. Y con ello de ningún modo quiero matar al mensajero, pero faltan a todas luces, entre los políticos y los medios de comunicación, unas tardes de estudiar ética, las mismas que el líder venezolano Rodríguez Zapatero necesitaba para estudiar economía.

La delación de Bárcenas llega con el carnaval. Bárcenas disfrazado de santo, pero como el carnaval a los pocos días pasará, nadie se acordará de él, porque en el fondo es un pobre hombre que puede haber hecho trabajos sucios y que desde la desesperación hace lo imposible para no ir a prisión, y la memoria colectiva cuando interesa es corta. Bárcenas, en definitiva, solo intenta salvar su culo, aunque sea a costa de otros.

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