Uno de los escritores españoles más importantes de las últimas décadas, José Carlos Llop (1956), es reconocido en distintos géneros literarios, como la novela, la poesía, el ensayo, la traducción o el periodismo de opinión. Una de las características más reconocidas de su estilo es la elegancia y la sobriedad con la que escribe.
¿Qué hacía o dónde estaba usted hace veinte años?
Hace veinte años tenía 47 y estaba en mi casa, escribiendo, leyendo, escuchando música y cuidando de los míos.
Su libro más reciente, Gomila 70's, ¿es un testimonio de lo que vio y vivió en ese espacio o más bien un homenaje al antiguo esplendor de El Terreno?
Ambas cosas. Por un lado, está la mirada sobre la vivencia de un fragmento de la ciudad. Por otro, es una crónica de lo que yo viví como esplendor, sus últimos destellos. Y luego está El Terreno, claro, que para mí siempre será el mejor barrio de Palma y que supo irse de sí mismo.
¿Diría que, en general, es partidario de la melancolía, pero en cambio no de la nostalgia?
Soy partidario de la alegría, y como escritor, de la lucidez que proporciona el mismo proceso de escritura. En cuanto a la confrontación entre melancolía y nostalgia, lleva usted razón. La melancolía es creativa porque propende a la meditación; la nostalgia es un error y no conduce a nada bueno.
¿Qué ha cambiado y qué permanece hoy del José Carlos Llop que en los años ochenta se iniciaba en la literatura?
Bueno, empecé en los setenta, escribiendo poesía y ahí está la revista de Camilo José Cela, Papeles de Son Armadans, con mis poemas publicados en el 76, 77 y 78. Ahí buscaba una voz propia y con el tiempo la encontré. Entonces creía sólo en la poesía. Después, la novela, el ensayo y el periodismo fueron también mi casa. Hasta hoy.
¿Qué significa Mallorca para usted, como persona y como escritor?
¿Qué significa Irlanda para Yeats? ¿O Sicilia para Lampedusa? Una isla es capital para un escritor, quizá por eso haya tantos en las islas. Lo significan todo, tanto si se quedan como si se van. Sin Mallorca ninguno de nosotros sería lo que es, ni como personas, ni como escritores.
"Soy partidario de la alegría, y como escritor, de la lucidez que proporciona el mismo proceso de escritura"
En el libro Una conversación, ¿habla con Daniel Capó y Nadal Suau sobre todo sobre su obra o también sobre muchas otras cuestiones?
Una conversación es una poética de escritura y vida. O mejor, de vida dedicada a la escritura. Hablamos de todo en ese libro, pero todo gira en torno a la literatura, que es una de las más altas formas de vida.
Usted es colaborador de la prensa desde hace años. ¿Cree que hay hoy una mayor polarización en los artículos de opinión sobre política?
Casi cuarenta años, sí, y he procurado que la política no influyera mucho en ellos. Me gustan las personas –su obra–, no las ideas, que son abstractas, exclusivistas y un camino, muchas veces, hacia el desastre.
De todos los géneros literarios que cultiva, ¿en cuál se siente más cómodo?
No sé si podría hablar de comodidad, pero me gustaría acabar como empecé: escribiendo poesía. Aunque esto de la poesía, no lo decide uno, no es un acto voluntarista, como sí puede serlo la novela.
Más allá de los temas que pueda tratar, leerle da siempre paz y serenidad, como si a pesar de todo hubiera un cierto orden en el mundo...
Le agradezco mucho esa lectura suya porque intento que, escriba sobre lo que escriba, el destilado sea sereno y exista en mi literatura un orden, como usted dice, que no siempre hallamos en el mundo. Varios críticos literarios coinciden en eso, sí.
En su faceta como traductor, ¿prefiere ser literal al texto al que se enfrenta o más bien recrear el mundo propio del autor al que traduce?
Soy un traductor ocasional, pero prefiero crear, claro. Hay un ensayo de Octavio Paz, Traducción: literatura y literalidad, que explica muy bien ambos conceptos y su relación con el traductor. Me inclino por la literatura y no por la literalidad, que empobrece el texto.
"Sin Mallorca ninguno de nosotros sería lo que es, ni como personas, ni como escritores"
Si en lugar de ser bibliotecario hubiera sido, por ejemplo, médico o abogado, ¿cree que el conjunto de su obra habría sido distinto?
Ser bibliotecario no me ha hecho escritor, sino que me ha permitido regresar a casa al mediodía sin el trabajo en la cabeza y escribir, libre de cualquier peso laboral. Y al mismo tiempo habitar un mundo —las bibliotecas— que de un modo u otro siempre enriquece.
Ha recibido numerosos premios. ¿Suponen sólo algo agradable o representan un incentivo para seguir manteniendo la ilusión por escribir?
El premio más importante es seguir escribiendo, de eso estoy seguro. Pero lo que usted dice es de agradecer y mucho —tanto en casa como en el extranjero—, y es verdad que hay momentos en la vida en que según qué reconocimientos ayudan a mantenerse en el puente de mando, por tormentas que haya. Me pasó en la cincuentena con el reconocimiento de la crítica francesa. No sé cómo habría sido esa década –de los 50 a los 60– sin Francia. Y el 'no sé' es literal. Aquí sí es literal.
¿A qué atribuye su gran éxito de crítica y público en Francia?
Soy el menos indicado en buscar su causa, porque sería descreer de mi literatura. Podría decir que he tenido un buen traductor —que lo he tenido— y críticos que han entendido mis libros —que los habido y de gran calidad—, pero sobre todo, uno tiene fe en lo que escribe y lo bueno que llega siempre es una celebración de esa fe. Francia es la casa de la literatura. Lo ha sido siempre y continúa siéndolo. Lo mío sólo es otra demostración.
Recuerdo un excelente artículo suyo sobre un precioso gesto de la mujer de Mariano Rajoy hacia él en la noche electoral de 2008. ¿Escribir sería también rescatar detalles del olvido?
Es que de la política lo único de verdad interesante es la humanidad, conservarla en medio de ese ciclón de vanidades y soberbia. Esa humanidad, cuando no se ha perdido por el camino, rescata del olvido. Y los detalles siempre son nabokovianos, quiero decir, estupendos. Piense que la literatura es nuestra verdadera memoria como personas, como sociedad y como europeos.
¿Cuáles serían los valores que, más allá de la cultura, Europa sigue ofreciendo hoy al mundo en esta época actual tan convulsa?
Nada hay en Europa más allá de la cultura, la religión y el mercado. Nada estructural, quiero decir. Cierto que pasamos por malos momentos, pero hay que ser optimistas: siglos cargados de desastres no han podido con ella.
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