Jerry Goldsmith y Río Lobo

Uno de los temas para mí más bellos del gran músico Jerry Goldsmith es el que podemos escuchar en los títulos de crédito de la película «Río Lobo» (1970), perfectamente interpretado a la guitarra, además, por Gregg Nestor. Dicho filme se lo debemos a uno de los mejores directores de toda la historia del cine, Howard Hawks, que es el autor, asimismo, de una de mis películas favoritas de todos los tiempos, «El Dorado» (1966).

El tema principal de «Río Lobo», el último filme que dirigiría Hawks, es una composición profundamente melancólica y triste, pero al mismo tiempo sosegada y hermosa, que evoca un mundo desaparecido en Norteamérica hace ya mucho tiempo, un mundo que, en algún momento y llevados por nuestra imaginación, podríamos llegar a pensar que alguna vez fue también, en cierto modo, el nuestro.

Cuando nos dejamos llevar por las notas y los acordes de temas tan bellos como este del maestro Goldsmith, podemos llegar a rememorar a veces posibles o hipotéticas vidas pasadas propias que en realidad, no haría falta decirlo, nunca vivimos. En el caso de «Río Lobo», esa vida imaginada propia podría ser, quizás, la de una infancia o una primera juventud vivida en algún pueblecito perdido de los estados de Arizona o de Oregón, compartida muy posiblemente con los abuelos maternos, propietarios tal vez de una pequeña granja o administradores de una muy completa tienda de ultramarinos.

Esa existencia que en realidad nunca vivimos habría estado marcada, quizás, por el hecho de haber sido testigos de algún robo en el tren de la comarca, de alguna pelea en el abarrotado «Saloon» del pueblo o de algún duelo al amanecer entre un pistolero de los malos y nuestro sheriff, un ser solitario, honesto y bueno. Seguramente, nos habría marcado también de algún modo, para bien, el posible recuerdo de nuestro abuelo fumando un cigarrillo en el porche, con nuestra abuela descansando en la mecedora, mientras nosotros mirábamos las estrellas en la noche, o nos resguardábamos de la lluvia y del viento, o percibíamos fragancias y olores que ya siempre nos acompañarían.

Gracias a todos los grandes westerns que toda una generación de espectadores vimos y disfrutamos hace ya muchos años, formaremos ya para siempre parte, de alguna manera, de aquel país que en realidad nunca conocimos, de aquella lejana tierra en la que alguien, alguna vez, seguramente escuchó los hermosísimos acordes de una guitarra solitaria, que parecía llorar en lo más profundo de la noche, muy cerca de Río Lobo.

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