MARC GONZÁLEZ. Aprestémonos cuanto antes a reconocer nuestra condición de colonia del imperio castellano y dejémonos de zarandajas nacionalistas. Propongo que cuando el bwana Rajoy, nuestro amado rais, tenga a bien visitar sus posesiones mediterráneas, lo recibamos, presididos por el chifu Bauzá, en nuestro macizo aeropuerto de hormigón armado, ataviados con vestimentas étnicas, del tipo taparrabos, faldas de paja para las wanawake (señoras, para los que no dominen todavía el swahili vernáculo) y con huesos de Myotragus cruzados sobre la sesera. Así colmaremos las ansias civilizadoras del imperio español y Mariano podrá por fin encasquetarse un salacot y acabar de parecerse a Leopoldo II con la barba recortada.
Debiéramos, además, ensayar cánticos de esos que se bailan lanza –o trinxet- en mano dando saltos, mientras las indígenas bambolean sus encantos (empieza a apetecerme esto de ser colonizado).
De paso, podemos presentar, como ofrenda a Rajoy, un súbdito británico de Magaluf. No, no hace falta que lo pongamos previamente en la marmita, los ingleses tienen el detalle de cocerse solitos, incluso de convertirse en carne picada mediante el curioso procedimiento descubierto por su compatriota Isaac Newton.
Bauzá, que habla el idioma de la metrópoli mucho mejor incluso que nuestro swahili, se postrará ante el rais y le comunicará que definitivamente, en el asunto del descuento de indígena para viajar a la metrópoli, hakuna matata (no problem, bwana). Las hermosas bocas de los indígenas, con sus carnosos labios, tragan cualquier cosa, como es sabido.
Qué buenos y qué civilizados son nuestros colonizadores. De vez en cuando nos construyen barabaras (carreteras), para que nuestros elefantes se desplacen a su libre albedrío –con permiso del rey, nuestro señor, claro-, o el bwana Florentino nos erige colosales hospitales atiborrados de daktari, e incluso están empeñados en enseñarnos su idioma en nuestras escuelas, para que nuestros hijos dejen atrás la barbarie y la prehistoria y un día, si logran atravesar a nado el mar que nos separa –los eropleni son solo para los bwana-, puedan comprarse unos zapatos fabricados en la China para caminar orgullosos a la capital de la metrópoli que los civilizó. Allá podrán viajar en los treni de alta velocidad que los bwana sufragan con lo que las colonias swahiliparlantes producimos. Algún día, el rais nos regalará también unas vías para que no tengamos que guardar los treni que compramos en nuestras chozas, y también nos han prometido que si somos una colonia obediente nos terminarán el templo para congresos indígenas que construimos cerca de la playa bajo la sabia mano del bwana Mangado.