Asombra ver cómo en los tiempos de espera cotidianos, como el que se produce durante la espera de un autobús, la cola del cine o en la terraza de una cafetería, tendemos a sacar el teléfono móvil con cierta impaciencia. No estamos ni un minuto sin él. Hagan el ejercicio de pasar por una parada de autobús y cuenten cuántas personas no están con la cabeza gacha interactuando con su pantalla. Le sobran los dedos de una mano.
Hemos perdido toda relación con la espera y la reflexión. Los niños se aburren si no hacen nada y los jóvenes se agobian sin su móvil.
La impaciencia por el consumo de contenidos o por saber si tienen mensajes o contenidos sociales pendientes de ser consultados es la tónica habitual. La impaciencia se ha instaurado en nuestras vidas.
El consumo impulsivo es propio de esta sociedad líquida de Bauman en la que vivimos. Y la impaciencia no es buena consejera. Las compras impulsivas provocan derroches de dinero; el consumo de alimentos por impulso favorece la obesidad y las decisiones económicas impulsivas no suelen ser las mejores. Favorecen el acceso a créditos al consumo a tipos de interés elevados o inversiones que buscan el dinero fácil y suelen ser sonoros fracasos.
Al contrario, la paciencia que, como dice el refrán, es la madre de la ciencia, es una virtud que debe conservarse e tener más presencia en nuestras decisiones. La paciencia prescinde del ahora para pensar en el después. O en el mañana. Supone un sacrificio de la inmediatez a favor del futuro.
Los alumnos pacientes prescinden del juego y el entretenimiento del ahora por una mejor nota el día del examen o poder realizar la carrera soñada. Las personas ahorradoras prescinden del gasto actual para el disfrute futuro y, ya se sabe, un dinero invertido hoy a un interés compuesto crecerá exponencialmente en el futuro. Los emprendedores prescinden de un salario seguro en un trabajo hoy para sustituirlo por el riesgo de una inversión, normalmente apalancada con deuda que hay que devolver mes a mes. Con ilusión, empeño y uno o dos años de pérdidas en el mejor de los casos, verán su sueño hecho realidad y obtendrán una mayor riqueza futura. Aunque desgraciadamente no siempre es así pero las probabilidades de éxito son directamente proporcionales a la paciencia con la que se ha realizado el plan de negocios.
Se necesita controlar la impulsividad e impaciencia a la que la sociedad nos lleva. Está demostrado que la reflexión, la prudencia y la templanza nos aporta mejores resultados a todos los niveles. Y son valores que escasean en nuestra sociedad líquida. No estaría de más enseñar a los menores una asignatura como sería la “Introducción a la paciencia”. En los colegios debería ser una asignatura obligatoria ya que, además de enseñar materias, las escuelas deben impartir valores, aptitudes y habilidades.