JAUME SANTACANA. Estoy harto de la inestabilidad!
Duermo de forma correcta pero todas las mañanas, al despertarme, una nube de un negro más bien oscuro, me cubre la mente: el mundo se me aparece como cubierto por una espesa capa de inestabilidad. Ahora mismo –en estos días de recogimiento y elevado fervor religioso- la propia meteorología tiende a una clarísima inestabilidad.
Siempre he sido un firme partidario del orden; no tanto del establecido (como se definía en época de Franco) si no del orden como almohada de un cierto bienestar. Y, evidentemente, sin estabilidad no hay orden ni nada que se le parezca.
Básicamente, me gusta el orden en contraposición al desorden que, como tal, es un rollo patatero. Las personas desordenadas no llegan nunca a ninguna conclusión mínimamente aceptable: son, por naturaleza, inestables.
La inestabilidad meteorológica no consiste en disfrutar de una serie de jornadas de sol. No, no es eso. Se trata de que, con sol o con lluvia, la situación se mantenga. Así, en el caso que luzca el astro rey, uno planifica su agenda de una determinada manera; y, en el mismo sentido, si tiene que llover durante estos días “santos”, pues nada, que llueva (¡la Virgen de la cueva!) y uno se organiza.
Lo que no puede ser y no es aceptable, bajo ningún concepto, es que el azar se convierta en el protagonista del tiempo y entonces unos ratos llueva y otros haga sol. Esto es pura inestabilidad y así, la verdad, no se va a ninguna parte. Seamos serios.
Si la estabilidad fuera norma, la humanidad se desplazaría por el mundo mansamente, sin prisas ni sorpresas; las planificaciones generales se harían realidad y la economía –otra enferma de inestabilidad- se relanzaría con una intensidad inusitada.
Sin estabilidad no habrá nunca brotes verdes…y así nos luce el pelo.
