“No voy a ocupar ningún cargo político”. A las 22 horas del domingo, José Sócrates, el primer ministro portugués, tras conocer el resultado electoral, anunciaba ante los suyos que abandonaba la política en activo. Del hotel en el que tuvo lugar el acto, el primer ministro cogió su coche oficial y se marchó a su casa. Suponemos que aún seguirá en el cargo cumpliendo sus obligaciones más urgentes hasta que el sucesor tome posesión como primer ministro y que, además, seguirá afrontando las cuestiones internas del partido socialista hasta que un congreso extraordinario nombre a un sustituto. Pero, el gesto es que se marchó a poco de conocer la derrota. En ningún lugar está escrito que el perdedor se tenga que marchar, pero la democracia que nos impide elegir a quién votamos en las listas cerradas, por lo menos debería evitarnos el espectáculo de que políticos que han sido inequívocamente derrotados sigan arrastrándose en las listas de su partido, sin darse por aludidos sobre lo que los ciudadanos piensan de ellos. Sócrates explicaba el motivo de su abandono total: desde el más insignificante cargo podría estar interfiriendo en el proyecto de quien me sustituya. Aquí, ni eso. Se quedan, pero en cargos relevantes, con coche oficial y chofer.
