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Huele a pacto

jueves 28 de noviembre de 2013, 09:22h

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La España oficial huele a pacto contra la corrupción. O al pacto del borrón y cuenta nueva, según se mire, acordado por partidos y altos responsables del Estado y de las instituciones. La consecuencia de aquellos años locos (1997-2007) de boom económico tuvo efectos demoledores para las instituciones, las organizaciones públicas, los agentes sociales y las cajas de ahorros,  que nadaban en dinero mientras los partidos se enseñoreaban de todo lo que se movía. Fue la década de la alegría ciega, fomentada desde todas partes, desde todos los ámbitos, incluidos Washington y Bruselas. España nadaba en euros, igual que las Baleares. Uno de las más brutales consecuencias de aquellos años locos es la ristra de escándalos que se han producido con la llegada de los duros tiempos de la escasez, la crisis y el paro. No se salva ni el apuntador. Bailan desde la hija y el yerno del Rey hasta el partido del Gobierno (con el extesorero en la cárcel y una contabilidad b que asusta) hasta el sindicato socialista UGT y su tremendo agujero con los fondos de formación. La proliferación de marrones se extiende como una balsa de aceite. Sólo en Baleares, más de 400 imputados y un buen puñado de encarcelados, en medio de un imparable deterioro de las instituciones. Todos comprenden que los efectos de aquella década enloquecida pueden acabar con el sistema si no se reacciona a tiempo. Por mucho que no guste o que repugne, se huele el pacto. Y el hundimiento de un sistema es el peor castigo, la peor legado para las próximas generaciones. Ya lo escribió Indro Montanelli: Sólo se puede acabar con un sistema si existe alternativa. Lo contrario es un absurdo, es transformar la locura de los años del oro en la histeria de la época del fango. Ya lo escribió Lampedusa: Se vogliano che tutto rimani com'è, c'é bisogno che tutto cambi.  Aquí están en juego partidos, sindicatos, patronales, instituciones y hasta la jefatura del Estado. Los humanos tienen una tendencia natural al enfrentamiento. Pero suelen frenar sus iras, sus odios y sus envidias ante un precipicio. Y este país ya comienza a respirar la agria brisa del vértigo. Es reprobable, es vergonzoso, incluso es humillante, pero el instinto de supervivencia es mucho más fuerte que todos estos condicionantes. Da la impresión de que los Rajoy, Rubalcabas, Redondos y Cristinos, y la inmensidad de lo que les envuelve, apuestan por el acuerdo del borrón y cuenta nueva. Les conviene a todos, para salvar el presente y para salvar el futuro. Si no lo hacen, se van a ahogar en su propia salsa. Y hay que recordar, por ejemplo, que el invisible pero palmario pacto para excarcelar etarras no gustará a mucha gente, pero es evidente que le quita un gran peso de encima al stablishment. Ha sido un gran alivio. Como decía Montanelli, a veces los pueblos han de avanzar apretándose la nariz. Y ahora el índice se llama Rajoy y el pulgar Rubalcaba. Guste o guste, alegre o deprima.  Este es el panorama con el cual se ha de enhebrar el negro, borrascoso, turbio, pero, en cualquier caso, nuestro futuro.  
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