Guerra antibiótica II, ¿qué hacemos?

Si las bacterias son capaces de desarrollar resistencias a los antibióticos cada vez con mayor rapidez, así como de transmitirlas entre ellas de manera más eficiente y hasta ahora hemos conseguido, como mucho, ir frenando o retrasando el avance de las resistencias, pero ya sabemos que si seguimos así llegará un momento en que no dispondremos de medios para tratar algunas infecciones bacterianas, nos encontraremos en un viaje al pasado, a la era preantibiótica, cuando contraer una infección ponía en grave riesgo la vida de las personas.

Todavía viven muchas personas nacidas en las décadas de los 20, 30 y 40 del siglo pasado, antes de la disponibilidad de los antibióticos, que recuerdan lo que significaba contraer una infección. En los años 30, con pocos meses de diferencia murieron dos hermanos de mi madre, uno, con ocho años, de neumonía y otro, con cuatro, de meningitis. Situaciones similares no solo no eran excepcionales en aquella época, sino habituales.

Si no queremos volver a esos tiempos, ¿qué hemos de hacer?. La causa fundamental del problema actual es, sin duda, el uso masivo, abusivo e indiscriminado de los antibióticos; también su uso inadecuado, a dosis insuficientes o abandonando los tratamientos antes de tiempo. También el abandono de la investigación en métodos alternativos de combate contra las infecciones bacterianas (y por hongos), tales como las vacunas. Es significativo que mientras que se han desarrollado muchas vacunas contra las infecciones víricas, para cuyo tratamiento disponemos de un muy exiguo arsenal de fármacos, lo que ha estimulado la investigación y desarrollo de vacunas eficaces para su prevención, desde la aparición de los antibióticos se han dedicado muchos menos recursos a las vacunas contra las infecciones bacterianas. Y sin embargo las vacunas, si son eficaces y seguras, son una alternativa preferible a los antibióticos, ya que no son un tratamiento terapéutico sino preventivo, esto es, evitan que se produzca la infección. La vacuna contra el Haemophilus influenzae tipo b es un ejemplo del beneficio para la salud pública de una vacuna eficaz. Desde su introducción hace unos años, la incidencia de infecciones graves por esta bacteria, especialmente sepsis y meningitis, sobre todo en niños, ha disminuido de manera espectacular.

Además, hace años que las industrias farmacéuticas tienen muy pocas líneas de investigación y desarrollo de antibióticos nuevos, con lo que, a medida que las resistencias a los antibióticos actuales se van extendiendo, nuestras posibilidades de tratamiento van disminuyendo de manera alarmante.

Así pues, deberíamos potenciar y estimular la investigación en nuevos antibióticos y en métodos alternativos de tratamiento de las infecciones, como vacunas, inhibidores de los mecanismos de acción de las bacterias, posible uso terapéutico de los virus que infectan y destruyen a las bacterias (denominados bacteriófagos) y otros. Las autoridades de los estados y de las organizaciones internacionales deberían asegurar fondos suficientes para programas ambiciosos de investigación en este campo, sobre todo allí donde la iniciativa privada no parece demasiado interesada.

Pero la investigación y desarrollo tarda un tiempo y, mientras tanto, las bacterias no descansan. Debemos, por tanto, tomar toda una serie de medidas que permitan contener e incluso revertir, aunque sea parcialmente, el problema.

Es imprescindible disminuir el uso de antibióticos, eliminando su uso indiscriminado y reduciéndolo al estrictamente necesario. Se debe eliminar la automedicación, para lo que hay que controlar la dispensación en farmacias bajo estricta exigencia de receta médica. También las farmacias deberían dispensar solo el número total de unidades necesarias para completar el tratamiento prescrito por el médico. Y los pacientes deben concienciarse de la necesidad de cumplir con el tratamiento, sin abandonarlo antes de tiempo. En los hospitales se deben reforzar los protocolos de detección y control de bacterias multirresistentes, así como los de control de la infección hospitalaria y los de política antibiótica, con restricción de determinados antibióticos y programas de uso rotatorio que dificulten la selección de resistencias.

Las autoridades también deberán preocuparse del grave problema que supone la presencia masiva de antibióticos en el medio ambiente, procedentes del uso veterinario y agrícola, no solo terapéutico, sino sobre todo como aditivos de piensos y otros múltiples productos. Es muy importante reducir y controlar este uso abusivo y es responsabilidad directa de las autoridades autonómicas, estatales y de la Unión Europea el diseño e implementación de programas orientados a este objetivo.

Si somos capaces de abandonar el abuso irracional que hasta ahora hemos hecho de los antibióticos en todos los ámbitos, quizás aun estemos a tiempo de evitar el desastre. Es muy improbable que podamos ganar la guerra, pero sí podríamos establecer una línea defensiva, una especie de frente de trincheras estable, que vaya conteniendo las ofensivas de las bacterias.

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